TRES CASAS

Playa El Medano

Sonaba el teléfono del despacho cuando aún no se había desprendido de la americana. No hubiera sido necesario que se presentara porque había reconocido la voz que tantas veces escuchó preguntando por su hermano.

Elsa era la secretaria del gerente de una de las empresas con las que más se relacionaban. Apenas se conocían, tan solo habían coincidido en un par de reuniones. Su hermano la calificaba como muy inteligente y diligente y alguna vez sospechó que acaso mantenían algún tipo de rollo porque al principio las llamadas eran normales y espaciadas y más tarde se alargaron en número y duración.

Los dos hermanos mantenían una relación estrictamente restringida al ámbito del trabajo. En lo personal evitaban injerir en los asuntos del otro, pocas preguntas, ningún reproche y cero consejos, cada cual a lo suyo. Por otra parte, le gustaba imaginar a su hermano mayor con una vida social reducida al ámbito familiar, pendiente en exclusiva de su mujer y su hija.

Llamaba porque necesitaba hablar con él en persona y la citó para el sábado de aquella semana en su despacho a las 11 de la mañana. Una escueta conversación pues aunque le hubiera apetecido preguntar por el motivo de la entrevista, declinó hacerlo por estimar que solo querría saber más sobre el accidente, que le relatara pormenores. Cuando ocurren cosas así, complicadas de asimilar, la mera descripción de los hechos no parece suficiente, siempre queremos enterarnos de los detalles, como si eso pudiera mitigar el dolor o tranquilizar las conciencias.

Días antes y también a primera hora, había recibido otra llamada muy diferente. En aquel caso se trataba de una voz masculina que se identificó como oficial de la marina de la Comunidad Canaria. Deseaba hablar con el hermano de Andrés Sánchez para informar sobre un grave accidente sufrido por este en las islas.

Ambos trabajaban para una empresa de logística del Área Sur de Madrid desde su fundación. Andrés era el director mientras que el hermano pequeño se ocupaba de la administración y los recursos humanos. A pesar del empeño que ponían, no lograban alcanzar ni los beneficios, ni la estabilidad económica necesaria para impulsar la segunda fase del proyecto que era el objetivo primordial de los inversores, consistente en franquiciar el modelo de negocio con unas mínimas garantías de éxito. Aunque aparentemente todo se hacía bien, los números salían renqueantes y las cuentas no terminaban de cuadrar con el presupuesto que tenían hilvanado, lo que ponía nervioso al consejo de administración que presionaba cada vez más.

Andrés consideraba que la situación se debía en parte, al celo que ponían en ajustarse al presupuesto tal como se planteó desde el principio, cumplir al detalle con lo planeado les obligaba a ser demasiado comedidos a la hora de formalizar contratos y, según él ser tan estrictos era lo que estaba impidiendo avanzar con la premura necesaria por lo que planteó al consejo una vuelta de tuerca. Propuso inyectar más liquidez para lo que habría que recurrir nuevamente a la financiación externa, aumentar el radio de acción e incrementar la promoción de los servicios. Pero donde Andrés veía una genial idea, su hermano solo encontraba una peligrosa huida hacia adelante, incoherente con la visión que tenía de la economía en ese momento, tanto del país como del resto de Europa y eso provocó abiertas discusiones entre ellos.

Siempre fue un tanto pesimista, desde luego más que Andrés pero también era más joven y contaba con menos experiencia. Cuando el consejo solicitó su opinión como responsable del departamento financiero, manifestó estar en desacuerdo argumentando de manera obsesiva que hacerlo daría lugar no solo a un mayor endeudamiento con la banca, sino a tener que asumir un incremento tanto de los gastos fijos como de gestión, lo que alteraría los ratios financieros, dando lugar a que los beneficios, que en ese momento se encontraban a punto de estabilizarse, se vieran afectados con fluctuaciones que en aquel momento no se sentía capaz de valorar dada la situación de incertidumbre de la economía europea que según su criterio, estaba entrando en un periodo de desaceleración.

Manifestó con insistencia que ese paso no se debería dar sin antes, calcular de nuevo el proyecto, planteando otras metas u otras fechas, pero el consejo de administración parecía haber llegado al convencimiento de que todo negocio conlleva riesgos y estaban dispuestos a asumirlos. Solicitó entonces una moratoria de al menos un trimestre y lo aceptaron, así es que siendo mediados de diciembre, se acordó no actuar hasta entrada la primavera.

A partir de entonces las discusiones entre ellos continuaron con más frecuencia aún. Intentó convencer a Andrés para diseñar un plan B porque los mercados estaban en un proceso de incertidumbre que podía derivar en algo peor y había que valorar al menos la posibilidad de entrar en recesión como al final sucedió fraguándose la crisis económica que se dio en llamar del 84.

Andrés decía encontrarse aquel fin de año al borde del agotamiento psíquico y decidió tomar 10 días de descanso aprovechando que el trabajo bajaba en intensidad durante las fechas navideñas. A la vuelta, prometió estudiar todo de manera escrupulosa y actuar con pies de plomo, aunque seguramente solo pretendía tranquilizar a su hermano que estaba especialmente preocupado por haber detectado algunas reticencias a la hora de renovar las líneas de crédito con las entidades financieras, cosa a la que Andrés daba mucha menos importancia que él.

Decía no conocer Granada y apetecerle visitar una ciudad que a priori no estuviera tan abarrotada de turistas, donde poder encontrar la soledad y tranquilidad que necesitaba. ¿Cómo podía entender entonces que el día dos de enero a las ocho de la mañana, aquella persona que se identificaba como militar le hablara de un accidente en la Comunidad Autónoma Canaria en el que se había visto involucrado su hermano?

Se interesó por el tipo de accidente y por como había conseguido su teléfono y, tras una breve pausa, el militar le informó con tono amable que todo parecía indicar que había fallecido por ahogamiento en la playa “El Médano” pero que nada se podía asegurar hasta realizar la autopsia, para lo que necesitaban que un familiar directo identificara el cadáver y firmara algunos documentos. En cuanto a la segunda pregunta, dijo que le pasaría con la persona que al parecer lo acompañaba desde su llegara a la isla.

Entre asombrado y confuso, se preguntaba. ¿Con quien podría estar, quien lo acompañó, habría ido con alguien o lo conoció en el viaje? Era todo tan surrealista que más parecía una de esas bromas pesadas que se toman el día de los Santos Inocentes aunque evidentemente no era el caso.

Evi tenía 19 años aunque por teléfono y sollozando parecía más núbil aún, al escuchar su voz, comenzó a ver claridad al final del túnel. La habían pedido que acudiera aquella mañana a Comandancia para una posible identificación pero no les servía por no ser de la familia y no sabiendo que hacer fue ella quien les facilitó su teléfono. Se hospedaba en el hotel Playa Sur, en el Médano, al Sur de Tenerife y aquella misma tarde decidió tomar un avión hacia allí.

Evi llegó a la empresa para cubrir media jornada de trabajo en prácticas mientras estudiaba un módulo de marketing. Andrés estaba entusiasmado por sus habilidades e inteligencia, quería moldearla, hacer de ella una herramienta de promoción, prepararla para que se relacionara con los medios y para que lo ayudara a elaborar una estrategia comercial que permitiera abordar con éxito la futura maniobra de franquiciado que tenían previsto llevar a cabo. Pero el hermano pequeño tampoco en eso compartía su criterio porque, no encontraba en ella tales cualidades. Donde Andrés veía una personalidad moldeable, el hermano solo encontraba una joven inexperta a la que no encomendaría una labor que precisara altas posibilidades de éxito como él apuntaba. Aun así carecía de razones para no confiar en el buen hacer empresarial de Andrés que por otra parte era el director de la planta y la persona sobre la que recaía toda responsabilidad, mientras su trabajo se circunscribía al ámbito de las finanzas que aún pudiendo ser la columna vertebral de cualquier empresa, no consistía precisamente en planear estrategias sino en emitir informes para que el gerente lo hiciera, y lo que era más importante, Andrés contaba con la confianza del Consejo de Administración.

De cualquier manera nunca se le hubiera pasado por la imaginación que entre ellos pudiera engendrarse otra relación al margen de la laboral. Evi tenía solo tres años más que su propia hija y por eso, cuando cinco días antes entró en su despacho para pedir una semana de permiso porque necesitaba estar junto a su madre enferma, en ningún momento pensó que lo pudiera hacer para acompañar a Andrés en sus cortas vacaciones de invierno. Hasta aquel momento, pensaba que mantenían una relación de suficiente confianza entre los dos, pero era un hecho que Andrés le había ocultado la verdad y eso lo ponía en la tesitura de preguntarse en qué otras ocasiones le habría mentido o qué otros asuntos le estaría ocultando.

Andrés era un poco ventajista y desde joven explotaba su aire intelectual. Físicamente era poca cosa, metro sesenta y cinco y ligeramente ventrudo, con el pelo siempre correctamente cortado y el aspecto limpio y con grandes entradas que dejaban al descubierto una amplia frente. A priori, una descripción que sumaba pocas prerrogativas para convertirse en un castigador, sin embargo tenía cierto éxito con las mujeres. Se casó pronto y por obligación aunque de su época prematrimonial no sabía mucho, pues la diferencia generacional de una decena de años que les separaba hizo, entre otras cosas, que no compartieran pandilla ni ratos de ocio.

La cuadrilla de Andrés contaba con media docena de amigos, pero mantenía una relación más estrecha con dos de ellos. Eloy un año mayor que él, presumido y algo arrogante, un cajetilla que se diría en el argot porteño, y el otro Raúl, más bajito, algo mayor que ya se había casado, separado y tenía un hijo, siendo el único de los tres que había salido de España, pasando por Alemania y cruzado el charco para trabajar en Brasil dentro del sector de las tintorerías. Se peinaba hacia atrás con un peine de púas anchas y utilizaba fijador lo que le daba un cierto aire falangista. Cierto día dejó a la brasileña y se volvió a España con intención de montar un negocio con los pocos ahorros que había logrado reunir en su periplo por el extranjero.

Formaban un trío singular, Eloy abriendo brecha, siempre peinado con crencha al medio, detrás Raúl que era el que más dinero manejaba y Andrés, siempre con un libro o la revista Triunfo bajo el brazo. En el baile el más atrevido y que más éxito tenía era Raúl no en vano pagaba las copas.

Andrés se enrolló con “la guapa” que era como llamaban a la rubia platino, pecosa, de carnes abundantes y nariz respingona que merodeaba por la pandilla. Era un poco más alta, así que cuando se apretaban en la pista parecía tener la nariz eternamente sumergida entre sus protuberantes senos.

Los dos hermanos se consideraban republicanos y presumían de haber luchado en la clandestinidad contra el dictador. Andrés era el primogénito y lo tenían por el intelectual de la casa, era el que leía a Marcel Proust, Camus y Schopenhauer aunque la guapa no sabía casi leer, solo era abundante. Por eso cuando una noche después de cenar dijo a su madre, que se casaba, todos quedaron de piedra, nunca antes había hablado de ello ni llevó a casa a novia alguna, de hecho apenas se les veía juntos, parecía un noviazgo clandestino. Explicar a su madre que apenas se conocían no debió ser fácil, y es que, aunque de izquierdas y progresistas, en lo que se refiere al operativo social su familia era tan conservadora como la mayoría, les dijo que intentaba cumplir como se cumple cuando dejas a una chica preñada.

La situación acarreaba un costo, eran varios hermanos, todos solteros y siendo Andrés el mayor, aquello podía abrir la veda de las bodas, como decía su madre y al final ocurrió. Detrás de él, iría el resto, aunque el hermano pequeño pasaba de aquel tipo de consideraciones, para él “la guapa”, aunque no era su tipo, estaba lo suficientemente buena como para que pasara lo que pasó y punto pelota. Lo que entendía menos es que sintiese la obligación de casarse, hubiera bastado con reconocer al no nato, de hecho caminábamos hacia una sociedad de solteros y solteras con derechos reconocidos. Lo jodido era como iban a congeniar las diferencias culturales que se daban entre ambos y como era de esperar, al poco tiempo, lo único que quedaba de aquella boda fue una niña preciosa que tenía tres años menos que Evi.

Se casó sobre la marcha, una tarde trajo a la guapa a casa con maleta incluida, al día siguiente fue a trabajar y regresó a las 11 para recogerla de nuevo, acudieron al juzgado y se casaron, Eloy y Raúl ejercieron como testigos de la ceremonia civil y con las mismas, volvió con ella para dejarla de nuevo en casa de su madre y reincorporarse al trabajo. Eso fue todo, no hubo celebración, ni viaje de bodas, ni siquiera ceremonia de presentación de consuegros aunque en algún momento se conocerían. Además como no se hicieron fotos, solo quedó como recuerdo una alianza barata con la fecha grabada en su interior que llevaba su hija colgada del cuello a modo de escapulario, por alguna razón que nunca alcanzó a comprender.

No se separaron del todo, digamos que solo reñían lo suficiente para evitar dirigirse la palabra cosa que él debió manejar bien para que no se le fuera de las manos durante tanto tiempo. El caso es que mantenía dos casas, la de su madre donde volvía a dormir cuando le apetecía porque obviamente tenía la puerta abierta y la otra, la vivienda de alquiler en la que la guapa vivía con su niña.

Llamó a la agencia de viajes con la que habitualmente trabajaban para reservar vuelo y habitación en el hotel donde pernoctaba Evi y de paso preguntar por la reserva que pudiera haber hecho su hermano días atrás. Efectivamente había contratado un vuelo en Iberia con destino al aeropuerto Tenerife Sur para dos personas y una semana en el mismo hotel. Por fin, todo encajaba.

Cruzar la pista andando hasta alcanzar el avión en esas fechas supuso un sufrimiento extra porque hacía un frío del carajo y todo eran sensaciones extrañas. No celebraba la Navidad con la efusión que lo hacía la mayoría, pero tampoco se veía embarcando con destino a las islas en una fecha así.

Estuvo nervioso todo el viaje, intentando repasar las expectativas que se abrían. No era solo el dolor de perder a un hermano, es que tenía muchas dudas y pocas ganas de afrontar un futuro tan incierto. Su hermano había muerto y era el director y por lo tanto, lo que fuera a pasar en el trabajo a partir del día siguiente era la primera incógnita para la que no tenia respuesta.

Intentó relajarse con la ayuda de una copa de “La Fontaine”, un excelente Armagnac que la azafata le ofreció en vuelo y que se tomó sin preocuparse por el precio, lo cargaría a gastos de empresa como el billete y el hotel, no dejaba de ser un viaje de trabajo y además, todo estaba empezando a importarle más bien poco, parecía que al mismo tiempo que los efluvios de alcohol se incorporaban al torrente sanguíneo, creciese dentro de él la sensación de querer pasar página.

Hizo todo el viaje adormilado y por ello le debió sorprender tanto el paso de los siete Celsius por debajo del cero de Madrid a los veinte por encima de las islas, de modo que entre el sopor y los efectos del Armagnac, cuando despedía al taxista ante las puertas del hotel, sudaba como un pollo asado por lo que antes de nada decidió subir para darse una ducha.

Había quedado con ella a las 9 de la noche y hasta ese momento intentó poner en orden sus pensamientos. La temperatura era maravillosa y Evi esperaba, sentada en la terraza de la cafetería tomando una cola, llevaba una camisa de flores y pantalón corto a juego, daba la impresión de que vestía la misma ropa con la que se metería en la cama y a lo mejor era así. Mantenía los ojos clavados en el horizonte mientras su dedo índice se deslizaba parsimoniosamente por el borde del vaso una y otra vez. Estuvo un rato observándola antes de que ella se percatara de su presencia, meditando sobre lo poco que la conocía, apenas sabía lo que figuraba en su exiguo expediente y las pocas conclusiones a las que había podido llegar en el pequeño contacto que habían mantenido dentro del trabajo, y no le estaba resultando fácil imaginar qué derroteros tomaría la conversación que iba a tener lugar de un momento a otro.

Físicamente Evi no era gran cosa, más bien baja y de complexión fuerte a pesar de lo cual, sus pechos eran breves protuberancias más propias de una niña de 12 años. Pelo negro y ojos marrones y su cara redonda estaba plagada de marcas como si hubiera arrancado de cuajo todos y cada uno de los acnés de su adolescencia o hubiera sufrido algún tipo de virulenta varicela. Sus labios pequeños y apretados esbozaban siempre una dulce sonrisa. Tomó en una mano la caja de Winston y en la otra el café con hielo que le habían servido en la barra y acudió a su lado.

Evi lo miró esbozando una leve sonrisa, casi una mueca, estaba serena, pero el estado de sus ojos denunciaba un largo y prolongado llanto. Se lamentó nada más verlo, se sentía muy arrepentida por aquella cadena de despropósitos que nunca debería haber ocurrido y se mostraba consciente de que lo peor, afrontar el día después, todavía era una asignatura pendiente.

Parecía estar teatralizando un guion previamente preparado pero atropellaba las palabras como si estuviera nerviosa o con temor de no acertar a transmitir bien sus ideas. Le preocupaba su madre que se encontraba en la creencia de que su hija estaba pasando unos días con una amiga en Euskadi o su novio que estaba en Londres pasando las navidades con su padre.

Con toda la amabilidad que pudo dadas las circunstancias, le sugirió que empezara por contar la verdad y ella, sosteniéndole la mirada, le preguntó qué verdad creía él que debería contar, la que esperaban todos oír o una que sonara plausible y lo suficientemente dulce como para que todos lo asimilaran fácil. Y él, ¿no quería él explicaciones, no tenía nada que preguntar?

Endureciendo el lenguaje, le respondió que sabiendo que estaba casado y tenía una hija, podía haber evitado la relación antes de llegar a lamentarse y Evi encajó el golpe y replicó con una larga disertación, a lo mejor pasa que los hombres me volvéis loca, pero no en el sentido de que pierdo la cabeza por vosotros, sino en el sentido literal del término. Mi padre es un capullo, mi novio me tiene hasta las narices y eso que solo llevamos saliendo un año y tu hermano Andrés me pareció un tío ingenioso el día que tomando un par de cañas, me habló de lo divino y lo humano. Era la primera vez que topaba con alguien diferente, culto y locuaz, aunque eso fue antes de profundizar, cuando lo hice, descubrí que era tan capullo como todos, pero estaba pasando una mala racha, desencantada y jodida y necesitaba trabajar y tiempo para reorientar mi vida. No te vayas a pensar que me quiero hacer la mártir, la verdad es que me dejé engañar porque me perseguía continuamente con consejos y halagos, me hablaba del futuro, de todas las cosas que podríamos hacer juntos en materia de trabajo, aprender a complementarnos, él aportaría su experiencia y yo mi creatividad. Una y otra vez repetía que le parecía muy creativa y aun consciente de que no tenía base alguna para hacer esas afirmaciones más allá de un par de dibujos que le mostré, lo cierto es que a todos nos apetece que nos arrojen flores aunque sepamos que puedan estar envenenadas. Andrés ponía mucho empeño en convencerme sobre la importancia de ser independiente, debía salir de casa si quería de verdad madurar profesionalmente porque el entorno familiar distrae y raramente comprende al artista, me recomendó alquilar un piso, a lo mejor un piso compartido con estudiantes, gente de mi edad y dejar fluir mi interior creativo. Según él era lo que tenía que hacer para proyectar libremente mi personalidad y que mi talento brotara.

Dio un trago largo de agua e hizo una pausa, como si antes de proseguir, quisiera sopesar cuánto debía contar y cómo hacerlo, Andrés prometió ayudarme a pagar el alquiler y era tan generoso su discurso y me convenía tanto que, aun sonando a manipulación, me lo tragué entero, para terminar por darme cuenta de que le gustaban las yougurinas entraditas en carnes y estaba más interesado en tener accesible un culo joven y generoso. De cualquier manera lo cierto es que podía haber impedido que la farsa continuara pero me venía bien ¿por qué no esperar un poco mientras me pagan la independencia, las birras y el rock and roll?, incluso estas vacaciones me venían de puta madre, que hay mejor que unas navidades a 25 grados mientras en Madrid hace un frío que pela y jugando a ser modernos e independientes.

Sus palabras lo desarmaban y espatarrado en aquella incómoda silla de la terraza de un envejecido hotel de cuatro estrellas, se sintió embargado por un sentimiento de culpa como consecuencia de la actitud de tantos hombres que, como su hermano o él mismo, perdían la cabeza y la compostura ante un culo adolescente y se odió por ello.

Dime de una vez lo que piensas hacer, le preguntó de nuevo, porque mañana identificarás a tu hermano y firmarás papeles pero hay un después. Tendrás que dar la cara, responder a preguntas de tu familia, de los jefes y eso es lo que mas me preocupa.

No tenía interés alguno en perjudicarla, al fin y al cabo, era un problema de su hermano y podía morir con él. El fallecimiento de Andrés le iba a dar muchos quebraderos de cabeza, sobre todo en el trabajo, pero en lo que respecta a las relaciones personales y familiares, era distinto, podía incluso ocultar su estancia en las islas aprovechando que oficialmente su nombre no figuraría en los documentos oficiales al no haber sido útil para las identificaciones. Puedo si quieres, incluso ocultar tu presencia en la isla.

Era lo que ella quería escuchar, quería que la ignorara a todos los efectos, no aparecer por ninguna parte y que ni siquiera la mencionara. Se las arreglaría para que su amiga del país vasco confirmara la coartada y sobre su novio, después de lo ocurrido, probablemente se lo quitaría de encima lo antes posible. Por otra parte, la familia de Andrés no tenía por qué saber de esta otra relación y respecto a la empresa, como solo era una empleada a tiempo parcial, pediría la cuenta tan pronto se incorporara. En cuanto a como enfocar la estancia en solitario de Andrés en la isla era cosa de él con tal de que ella no tuviera que secundar sus argumentos.

Evi lo tenía claro, no en vano había contado con más tiempo para pensar y haciendo las cosas así, economizaría palabras, disculpas y discursos e incluso podía evitar un dolor extra a su madre y a su hija. Se levantó, se acercó a ella y la dio un beso en la mejilla con afecto, confirmaba el trato tácito que habían establecido, pero también se despedía anticipadamente porque presentía que poco más iban a hablar después de ese día y así fue, ya que una vez en Madrid, no se volvieron a encontrar.

Eran las 10 de la mañana del domingo cuando tomaba la salida Pinto-Fuenlabrada para llegar con tiempo, ubicarse y prepararse anímicamente. Intentaba quitarse de encima las emociones que lo atenazaban. Se había pasado los últimos días firmando papeles y dando explicaciones y todavía tenía pendiente una reunión crucial con los componentes del consejo de administración. No sabía qué más podían pretender que les dijera, ya había advertido que sin Andrés no seguiría adelante con el plan que había propuesto antes de marchar, por lo que deberían contratar a alguien que lo sustituyera y estuviera dispuesto a hacerlo.

Decidió quedarse dentro del coche en el aparcamiento exterior para verla llegar. Se apeó de un utilitario gris, echó la llave, miró a su alrededor y se le acercó con paso firme. Vestía pantalón vaquero negro y botines de media caña, y se había echado encima una parka color gris oscuro con bordes de pelo sintético tan clásica como vulgar.

No quiso entrar al despacho ni tomar un café, quizá después dijo, Elsa prefirió hablar dentro del coche. No parecía haber mucha química entre los dos. A él no le gustó ni su manera de vestir ni como afrontó el encuentro. No obstante cuando se sentó en el asiento contiguo le agradó su olor, le recordó el aroma «Ángel de Thierry Mugler» aunque no dijo nada, ambos estaban tensos. No era atractiva, tenía la piel poco cuidada y abundantes manchas y vello en los brazos pero tenía una mirada inteligente y una sonrisa cautivadora. Le preguntó como se encontraba dadas las circunstancias y él se interesó por como se había enterado.

De sopetón, Andrés la sorprendió con el aviso de tener que salir unos días fuera de Madrid por razones de trabajo y que, aunque intentaría volver lo antes posible, probablemente no podrían pasar el fin de año juntos. Como ya tenía una edad para entender que se ha de estar cayendo el mundo para que la empresa te envíe en esas fechas fuera de tu entorno familiar, lo tomó como lo que era, una burda disculpa, pero guardó silencio, no quiso presionar porque no estaba el horno para bollos y después de darle unas vueltas tomó la decisión de llamar a la empresa preguntando por él. Se había tomado unos días de vacaciones, eso fue lo que dijeron, y tampoco tenían teléfono de contacto para facilitar. Debieron intuir que se trataba de algo personal, y preguntaron si querría hablar con su hermano, pero enterada en ese momento del engaño, no tenía ganas de hablar con nadie e insistió en que sencillamente le dieran el recado cuando contactaran con él por tratarse de algo importante. Al cabo de unos días recibió la llamada de la persona que dijo ser su secretaria, anunciando fríamente su muerte en accidente grave. El golpe fue tremendo y lo peor era que no tenía nadie con quien desahogarse, no compartían amistades, ya que su relación con Andrés era un poco singular. Más tarde su jefe le manifestó preocupación por el fallecimiento de Andrés ahogado en Canarias, entendiendo que era malo para el negocio y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no quedaba más remedio que hablar con el hermano, la única persona que podía ayudarla a entender un poco mejor lo sucedido. Necesitaba conocer en qué circunstancias ocurrieron los hechos, saber si sufrió o si estaba solo.

Cuando falleces ahogado debes sufrir, le explicó él aunque no será un sufrimiento prolongado, los forenses dijeron que le debió dar un calambre porque no tenía sustancias en sangre, ni siquiera alcohol. Por otra parte, estaba solo aunque rodeado de gente, algunos dieron la voz de alarma, todos afirmaron no conocerlo y se registró solo en el hotel, pero poco más podía decirle y se lo expuso lo más suavemente que le fue posible. Le escocía mentir porque aun siendo altamente improbable que tuviera acceso a la factura de la agencia o del hotel, si ese caso se diera sabría que la situación fue otra diferente y se estaba arriesgando solo por el hecho de que si por el contrario se conformaba, todos saldrían ganando con ello.

Cuando preguntó a Elsa qué tipo de relación mantenían, si hablaban sobre trabajo o solo era personal, ella le respondió un tanto contrariada. Se sentía dolida al percatarse de que no sabía nada, que apenas le había hablado de ella, llevaban años viviendo juntos y ni a su hermano le había dicho que eran amantes. No quería divorciarse hasta que su hija fuera mayor aunque aseguraba que solo era cuestión de tiempo y esto lo trastocaba todo definitivamente.

Aunque él se estaba haciendo cargo de la situación, advirtió que la relación complicaba algunas cosas, por ejemplo el trabajo dado que era la secretaria del gerente de la empresa que estaba a punto de firmar un contrato importante con la suya cuyo gerente ahora fallecido era además su amante. Y como era sencillo de entender, faltando Andrés, tanto su jefe como el presidente del consejo de administración de la empresa para la que trabajaba o la persona que estos decidieran para sucederle, ya que él había pedido la cuenta, estarían demasiado interesados en hacer preguntas.

Otro tema delicado era la póliza de seguro de vida a favor de su hija porque el siniestro variaría dependiendo de que fuera accidente o suicidio y aunque la autopsia certificaba que tenía inundado los pulmones de agua salada y su sangre estaba limpia, las preguntas serían muchas. Una cosa era evidente, había entrado en su coche como una amiga de Andrés y saldría como su ex amante, circunstancia que complicaba la vida a los dos.

Un halo de tristeza invadió el rostro de Elsa al escuchar aquellas palabras porque nada de lo que le hablaba sobre el trabajo o el seguro le interesaba ya lo más mínimo. Ella también había decidido dejar la empresa, pero aunque su futuro se presentaba incierto, tampoco tenía cargas familiares al margen de un pasado roto y sus maltrechos recuerdos. Añadió que lo que fuera a pasar, pasaría y que ninguno de los dos podría hacer mucho más por evitarlo o modificarlo al margen de la lucha que todo este tipo de asuntos requiere Y le prometió no estropear nada, poniéndose de acuerdo con él antes de contestar a cualquier interrogatorio.

Apoyada en la manecilla de la puerta del coche, anunciando su intención de dar por finalizada la conversación, confesó lo duro que le estaba resultando lamentarse ante él sobre la persona que más había querido o quizá la única de la que se había enamorado y se avergonzaba así mismo de haber perdido la cabeza a pesar de sus cuarenta y tantos años por un hombre que solo pretendía tener tres casas a su servicio, la de su madre, la de ella misma y la de su legítima y que careció del coraje necesario como hombre para comportarse de manera honesta. El único consuelo que la quedaba, era haberse enterado por él de que no marchó de vacaciones con otra mujer, cosa que también llegó a temer.