Durante esta primera semana de desconfinamiento no he dejado de pensar cuanto me sorprende que siga habiendo gente y no solo políticos que defiendan la sanidad privada como posible alternativa ahora que se ha mostrado absolutamente inútil para abordar un problema de envergadura, mientras denuestan la sanidad pública universal poniendo relevancia en sus fallos, pero para que se entienda lo que pretendo decir voy a contar algo que desde el lunes pasado no me consigo sacar de la cabeza.
Con ocho años menos que yo, moría en Madrid el pasado 28 de abril Michael Robinson tras fracasar en su lucha contra un cáncer de piel. Aunque le fue diagnosticado en octubre del pasado año, la opinión pública solo se hizo eco cuando él mismo, con la generosidad y carácter abierto que lo caracterizaba, lo hizo público a través de La Ventana, el programa que en la cadena SER dirige Carles Francino. Estaba jugando con un amigo y recibí la llamada de mi médico. Había estado haciéndome reconocimientos con motivo de un pequeño bulto que había notado en la axila. Tienes que pasar por la consulta el lunes, las pruebas detectan la presencia de un melanoma, un cáncer que en principio no es curable. Fue en diciembre y cuando lo escuché, sobre todo por el modo en que lo contaba, quedé impactado y a punto de llorar por alguien a quien apenas conocía porque ni siquiera lo seguía en el fútbol.
Solo recuerdo haberlo visto una vez en persona entrando junto a otra gente relacionada con el deporte, creo recordar que eran De la Morena y Valdano entre otros, en un restaurante del centro de Madrid del que yo salía y lo recuerdo porque se detuvo para franquearme el paso e intentar ayudarme a impulsar la silla de ruedas y me impresionó lo grande y fuerte que parecía pero sobre todo su sonrisa y ademán atento por como dejó a todos marchar mientras él se quedaba para ayudarme.
Había aprendido a quererlo en la distancia a través de sus programas a los que siempre aportaba su impronta humana intentando dejar relevancia sobre los aspectos emocionales de los protagonistas del deporte.
Por eso lo más tremendo fue escucharlo en una entrevista que mantuvo con Javier del Pino, también en la SER cuando contaba lo que le había ocurrido con su seguro médico. Decía que siempre estuvo tranquilo porque llevaba mucho tiempo pagando una buena póliza de seguros previendo que a él o alguien de su familia le ocurriera una desgracia como la que lamentablemente se dio.
Efectivamente lo atendieron y cuidaron desde el primer momento, pero transcurridos un par de meses le anunciaron que había alcanzado su techo terapéutico, un eufemismo para decirle amablemente que ya no se podía hacer más por él, se tenía que resignar a morir y solo cabía cuidarlo y mantenerlo vivo el mayor tiempo posible, si bien, también le anunciaron que para ello le había que administrar un medicamento que no entraba en el seguro, un paliativo que costaba 14000 euros al mes, una cifra a la que no podía hacer frente porque rebasaba sus posibilidades financieras teniendo que recurrir a la sanidad pública que fue la que al final lo ayudó para no morir retorciéndose.
Si yo me hubiera encontrado en su caso igual había acudido al mercado negro para comprar un arma de fuego pero él lo contaba sin acritud, sin enfadarse y solo añadió una sentencia que se repite a modo de bucle en mi mente: Debe ser terrible no tener una economía que te permita vivir. Por eso veo tan importante luchar por una sanidad pública universal, sin desviar ni un euro hacia la privada que está para lo que está.