SÍNDROME DE LA CABAÑA

Señora mira a través de la persiana

Casi una semana antes de que se declarase el estado de excepción que dio lugar a nuestro confinamiento, ya había decidido quedarme en casa. Desde entonces creo que he salido en tres o cuatro ocasiones y siempre a la farmacia, ni siquiera el pan fui a comprar como habitualmente hacía. Observo que la gente está ansiosa, algunos han necesitado atención psicológica, otros coleccionan sanciones de las autoridades y cuando ha comenzado la desescalada algunos huían de casa a saltos como lo hacen las vacas cuando llevan un par de días encerradas a oscuras en las cuadras.

Ante tales hechos me pregunto si no me ocurrirá algo, si no estaré bajo los efectos del síndrome de la cabaña según el cual en individuo siente miedo por salir a la calle, miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de su casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas, y es que en cuanto se me pasa por la cabeza salir a la calle una pereza aplastante me invade.

Algunos amigos me invitan, ya falta poco –dicen–, estarás deseando tomar un café, conmigo el primero eh!, ya nos llamamos en cuando abran los chiringos y, cuando escucho esto, asiento aunque me apetece preguntar ¿qué coño se me ha perdido a mí por ahí. Aquí me tomo todos los cafés que me da la gana, leo tranquilo, veo series, veo pasar a la gente por delante de mi ventana, y no necesito nada más porque como ya decía, las pocas ocasiones que fui a la farmacia, quizá por la cosa de la mascarilla o del distanciamiento social, no lo sé a ciencia cierta, parece que nos miramos mal, tampoco acierto a saber si sonreímos, bueno yo si sé cuando sonrío pero como los demás llevan tapada la boca no lo veo y creo que a ellos les sucederá lo mismo y ante la sospecha de creernos enfadados entre nosotros o con el mundo, que para el caso viene a ser lo mismo, prácticamente evitamos el saludo aunque alguna vez, por satisfacer mis dudas mayormente, grité los buenos días como si el distanciamiento fuera mayor aún de lo que en realidad era.

Lo que nos pasa, porque entiendo yo que no es solo a mí, es que cuando antes acudía a una cafetería no lo hacía por el café, de hecho siempre me ha gustado más el que hacemos en casa de puchero que el expreso que te dan en los establecimientos públicos, lo hacía para hablar, para ver, para tocar, es decir, para todo lo que a partir de ahora no podré hacer y debe ser por eso que solo pensar en el hecho de poner una de mis ruedas en la calle, la pereza me invade, efectivamente, en eso debe consistir mi síndrome particular de la cabaña.

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Un comentario en “SÍNDROME DE LA CABAÑA”

  1. Creo que algo de tu síndrome también me ha invadido a mi. Gracias por compartir tus palabras, que siempre son un tiempo bien invertido. Un abrazo virtual!

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