SINDICALIZACIÓN DE  PROSTITUTAS Vs TRIUNFO DEL PATRIARCADO

Derechos trabajadoras sexuales

Déjate de tonterías decía Isabel, yo practico la prostitución porque quiero, porque también me siento explotada limpiando el culo a alguien por un mísero sueldo o haciendo la comida a mi marido gratis y follando cuando le  apetece a él y a cambio de compartir sus ingresos a regañadientes. Como prostituta siempre mando yo, me pagan lo que pido y punto, pero claro, reconozco que eso es ahora que soy deseable aún, lo que me pregunto es como será mi vejez pues con los ahorros quizá no me alcance para costearme una jubilación medianamente digna y por culpa de que esta profesión no está legalizada no puedo entrar en el sistema nacional de pensiones como puedas hacerlo tu, por eso es que nuestra situación tiene que cambiar, esto se ha de legalizar.

Así hablaba mi amiga Isabel que, en la década de los años setenta ejercía la prostitución y regentaba un bar de copas en una ciudad del norte de España, según decía, porque quería, porque nadie le había inducido a ello, ahorrando eso sí, todo lo que podía para cuando no tuviera ingresos porque enfermara o tuviera que dejar la más antigua, degradante y sacrificada de las profesiones.

Tengo que confesar mi confusión respecto al tema de la legalización de la prostitución que ella exigía de manera enérgica, siempre me he mantenido en un tira y afloja ideológico porque, aunque entendía el punto de vista de mi amiga, también creo que la legalización de la prostitución puede suponer el mayor triunfo del patriarcado y que el único objetivo justo en pos de la igualdad pasa por su erradicación, su abolición, la cuestión es saber cómo y cuándo llegará ese momento.

Estos días con motivo de la hablada sindicación del colectivo de prostitutas, Lluis Rabell, ha publicado un a mi juicio un excelente y lúcido artículo con el título “La prostitución no es sindicable”, que entiendo arroja mucha luz al respecto, basta reproducir uno de los párrafos del mismo:

Hoy asistimos a una intensa batalla ideológica para que aceptemos la prostitución como un trabajo, como una mera prestación de servicios. La constitución y el reconocimiento de sindicatos de prostitutas certificaría, pues, la legitimación de la prostitución como una actividad profesional más. Pero ése es, al mismo tiempo, el talón de Aquiles de la argumentación. Porque no puede darse una acción sindical por debajo de un umbral de reconocimiento de derechos humanos, cuya ausencia constituye la característica fundamental de la prostitución. La prostitución se basa en una desigualdad estructural entre hombres y mujeres; desigualdad que una sociedad democrática no debería admitir. La prostitución es un privilegio masculino y funciona como un comercio entre hombres: unos hombres – por medios diversos, combinando violencia, engaño, opresión racial y explotación de situaciones de pobreza – condicionan a unas mujeres, las deshumanizan y las ofrecen como mercancía a otros hombres. Esa es la realidad. Por supuesto, no sólo hay mujeres en situación de prostitución. También hay hombres, personas transexuales… Pero los “clientes” son siempre hombres. El consumo femenino de sexo de pago es irrelevante. La prostitución quizás sea la más genuina de las instituciones patriarcales.

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