PATROL

Como consecuencia de las lluvias que abundantemente cayeron durante el segundo periodo del último tercio de barbecho, las cosechas están siendo poco significativas, el alforfón está aún por recoger y tanto en las fincas como en las trilladas que cortan las mieses, las hierbas se encuentran altas, duras y resecas.

El rastro de las rodadas y la zahorra removida por las aguas durante las continuas tormentas suponen una molestia añadida para mis maltrechos maléolos, pero debo continuar caminando para impedir que la artrosis me devore.

Me detengo a la entrada del huerto poco antes de abordar la calle mayor que conduce a la Plaza. Siento no poder acercarme más a los perales, guindales y cerezos que cargados de fruta lucen espléndidos pero la portilla está cerrada y no llevo encima la llave del candado, de todos modos el suelo está en tan malas condiciones que probablemente tampoco hubiera podido hacerlo aunque así no fuera, somos tan poco previsores que cuando se trasplantaron los árboles no se allanó la tierra removida junto a los hoyos y la erosión se ocupó de destrozarlo todo un poco mas.

Frente a la entrada, al otro lado del camino un caballo pace tranquilo espantando moscas con la cola y arrugando las crines nerviosamente. ¿Qué otra cosa podría hacer? Una cadena atada a una de sus patas delanteras por un extremo y por el otro fuertemente asida a un hierro hundido en la tierra impide que se pueda alejar del enclave que para él decidiera hoy su dueño.

Es marrón oscuro y luce en la frente una marca blanca similar a la Cruz de Santiago. De pronto me viene a la memoria “moro” el último caballo de mi abuelo, el que le sobrevivió que también tenía una especie de estrella en el testuz aunque aquel era negro y ligeramente más alto. Al final, mi abuelo lo utilizaba como animal de tiro aunque todos sabían que se trataba de un caballo de carreras, mestizo por cruce de español y árabe, estilizado, ágil y nervioso como correspondía a su estirpe. Hubo un tiempo que eso mi abuelo también lo tenía en cuenta, pero los años y la guerra lo cambiaron.

Su última yegua de paseo, una pura sangre blanca con manchas gris oscuro, de origen portugués y raza lusitana, montura popularmente conocida como “caballo de los reyes” por haber sido comúnmente elegida para los retratos que los pintores hacían a los sucesores de la corte, se la requisó el “frente popular” para gastos de guerra poco antes de perderse la contienda. Tiempo más tarde creyó haberla visto bajo el culo de un falangista y aunque mi abuelo tenía buen ojo para esas cosas, acaso se confundió y fuera otra parecida porque lo más probable era que su yegua hubiera sido convertida en filetes para alimentar a los soldados, cosa esa en la que tampoco quería pensar.

De cualquier manera, aunque quitara hierro al asunto para tranquilizar a la abuela, aquel suceso le hizo mucho daño. Mientras no nos pase nada a nosotros, –decía– , podemos darnos con un canto en los dientes, pero de hecho a partir de entonces su carácter se agrió, perdió el ánimo y la ilusión por los caballos, las cosas se habían puesto muy mal pero algo le decía que no iban a mejorar porque los que venían eran aún peores por eso a partir de entonces, el abuelo cayó en la vesania y los animales también sufrieron las consecuencias pasando a ser solo eso, animales en el peor sentido de la palabra.

Independientemente de su origen “Moro” era un caballo duro que se portaba bien, trabajaba de sol a sol mientras los aperos tatuaban su piel y siempre lo recuerdo con un escriño de tela de saco cargado de hierba, sucio y viejo prendido al cuello para que no derrochara tiempo ni siquiera deteniéndose a comer.

En general no se tenía consideración por las bestias que así era como se les denominaba, de tiro, para la guarda y defensa o para la caza, tanto daba porque lo de mascotas era una palabra inventada por los franceses para los señoritos de la ciudad que apenas se aplicaba ni tan siquiera a los gatos o perros de la casa.

Lo cierto es que en aquel tiempo con los humanos tampoco se tenía demasiada consideración. Los domingos, a mi hermano mayor sin haber cumplido aún los catorce, lo levantaban a las cuatro de la mañana para proceder a la limpieza y acondicionado de las camas de las reses preñadas o ayudando a la abuela en el ceñido de las ubres mientras otro hermano, el que lo seguía en edad, cepillaba y frotaba con aceite al caballo hasta tenerlo listo para enganchar al birlocho del abuelo, un carruaje viejo, tipo calesa de cuatro ruedas sin toldo ni puertas con el que acudía al mercado o la feria porque el abuelo era matrero, un hombre astuto que en el trato se ganó el prestigio pero también el mote de “el gitano”, debido a sus habilidades para la negociación y el engaño.

Al abandonar el camino de las mieses para tomar la calle mayor, me encuentro con “la bizca” que sube en dirección a la plaza y la acompaño. Su verdadero nombre es Carmen, pero todo el mundo se refiere a ella por el apodo. No es estrábica ni tiene defecto alguno en la mirada, el apelativo le viene de su abuela, lo heredó primero su madre y luego ella. Es una mujer alta aunque no en exceso, tiene facciones poco femeninas, pero un cuerpo bien formado y se mantiene joven. Me dice que regresa de ver a su padre una visita que se ha convertido en obligación diaria; su padre es pastor de cabras y también hace quesos y reserva un cuartillo de leche que ella recoge cada dos días. Es madre de dos hijos, chico y chica que ya dejaron atrás la minoría de edad, hace no tanto enviudó quedando al paro del único oficio que tuvo desde que se casara, atender a su marido y criar a sus hijos que hoy ya son independientes y viven en la capital. Me dice que ha empezado a cobrar este mes la pensión de viudedad, una paga exigua, pero suficiente para cubrir sus necesidades más elementales porque tampoco tiene otras.

Sus paseos a la tienda, a por el pan y a ver a su padre le ocupan la mañana, el resto del día se lo reserva a la televisión en el invierno que aquí es largo y a la piscina en verano o las partidas de chinchón que juega con amigas y vecinas porque poco más cabe hacer en este lugar para entretener la espera de la muerte.

Durante el verano ese trasiego de un lugar a otro no lo practica solo ella, todo el vecindario lo hace y todos usan un tipo de dialecto compuesto de gestos y onomatopeyas que facilitan los encuentros. Cuando se cruzan, echan la cabeza arriba o mascullan algo como “bueno”, “eh”, “ahí vamos”, y a veces más largo, como “hoy hará calor”, se trata de una estrategia más para evitar detenerse a cada paso durante las numerosas veces en las que obligatoriamente se cruzan durante el trasiego diario.

La bizca” va siempre con prisa, le pregunto por qué va tan corriendo a todas partes si lo que le sobra es tiempo y me dice que no sabe, que se da cuenta de ello, pero no lo puede evitar, piensa que será una costumbre que adquirió aunque tampoco recuerda cuando ni por qué.

Además de los saludos, los vecinos practican una especie de trofalaxia solo que en lugar de intercambiar alimentos o saliva como las hormigas comparten las novedades, hablan de los visitantes del verano, de los fallecidos, de los que nacieron, las que preñaron, los que se separaron o están en vías de hacerlo, en definitiva, las notas de sociedad y también les gusta compartir sus cuitas y dolencias, sus visitas al ambulatorio o al hospital porque aquí en este rincón de clima extremo de nuestra geografía, la monotonía raras veces se interrumpe.

Durante el invierno es diferente pues en el pueblo quedan solo los habitantes censados que son pocos, es en verano cuando la población se multiplica cuatro o cinco veces con la vuelta al pueblo de los descendientes de aquellos que emigraron en busca de fortuna tiempo atrás.

Los que de verdad hicieron dinero, esos tampoco vienen o lo hacen un fin de semana o para pasar los cuatro días de las fiestas patronales porque obviamente prefieren disfrutar en zona costera o hacer alguna excursión al extranjero, solo los que siguen siendo pobres vuelven cada año a la casa de los abuelos porque posiblemente sean las únicas vacaciones que se puedan permitir. Paseando por el pueblo, se constata enseguida que este lugar fue realmente pobre de solemnidad pues nada recuerda hidalguía o nobleza.

Desiderio dice que las peñas que antaño daban vida al pueblo, tienen fecha de caducidad porque sus componentes han envejecido y el que no está en reparación tiene que apencar con el cuidado de los nietos que para eso se los enviaron sus hijos, para librarse de ellos durante las vacaciones escolares; le gusta pensar eso pero a mí me da la impresión de que todo el pueblo se encuentra en la antesala de la muerte lo que pasa es que nadie dotado de suficiente credibilidad para él, se lo comunicó aún. “Desi” que es como normalmente se refieren a Desiderio, es un vecino que cuenta con muchos amigos y contactos. Ya cumplió los 75 años y allá por la década de los sesenta formó parte de las primeras oleadas que emigraron al norte en busca del futuro que ya habían dejado de esperar donde nacieron, echó el ancla en Navarra como otros lo hicieron en Guipúzcoa, Vizcaya, Cataluña o Asturias. En 1960 en el censo figuraban más de dos mil quinientos vecinos y quince años más tarde no pasaba de los trescientos lo que da una idea del éxodo que sufrió el pueblo, no menor por otra parte, del que tuvo lugar en el resto de los pueblos de la España vaciada.

Todos se fueron con la idea de regresar pero muy pocos lo hicieron y, al final, las propiedades quedaron abandonadas o al cuidado de los mayores que a duras penas resistieron gracias a la mejora de las pensiones que trajo la democracia pues otra fuente de subsistencia no había. Desmejorado, comenta que este verano no se encuentra nada bien y a no ser porque los hijos anunciaron su llegada de un momento a otro, se habría vuelto a casa, a la suya, donde por lo menos tiene un hospital cerca y cuenta con un cementerio donde descansar si llegara el caso.

Todos los años se da un suceso de mayor o menor relevancia que rueda en boca de todos haciéndose viral. Hace tres años, por ejemplo, fue la llegada al pueblo de Manolo y su amigo a bordo de un turismo de alta gama lo que ya era noticia en sí. Manolo es el cuarto hijo de los “molineros”, lleva tiempo en la capital de donde solo regresa por las fiestas y no más de dos o tres días.

Su madre pertenecía al clan de los “carniduros” un mote sobre cuya precedencia nadie me instruyó. “Molinero” era el padre porque de él era el molino sobre el río que pasa por la calle baja donde toda la comarca llevaba el trigo y el maíz para acopio de la harina necesaria para pasar el invierno. Así es que de sus padres heredó la hacienda y el cognomento. No eran muy ricos pero tenían más que el resto y eso les convertía a ojos de los vecinos en la saga conservadora y de derechas que siempre votaba a los mismos en las elecciones. Ellos también lo debían considerar así porque siempre miraron a los demás por encima del hombro. Ellos eran los afortunados, lo malo pasaba siempre a otros. Presumían de tener el mejor tractor, la mejor casa, las mejores huertas y los mejores hijos y en la España profunda, tener buenos hijos garantiza herencia de genes, apodos y hacienda aunque también es reconocido dentro de la paremiología, aquello de no escupir muy alto.

El mayor de sus cuatro hijos casó con la heredera de un restaurante de bodas de otro pueblo y desapareció, la segunda era chica y también marchó a la capital cuando contrajo matrimonio con un funcionario, el tercero fue el que continuó la tradición familiar ocupándose del funcionamiento del molino aunque las cifras económicas denunciaban un claro declive que apuntaba hacia la extinción del negocio.

Todos les dieron nietos menos Manolo, que era el más pequeño y seguía soltero a pesar de que epataba en toda la comarca. Era esbelto, ancho de hombros y rubio, y ya a los 25 años exhibía una incipiente alopecia que disimulaba afeitándose la cabeza a lo Yul Brynner.

Tuvo novias a cuan mejores, con algunas tonteó durante algún tiempo pero la cosa nunca cuajó. Aquel verano apareció con un amigo, un tipo algo mayor que él y feo, sobre todo feo. Hasta entonces, los gays habían carecido de toda consideración en aquella familia tan respetable y en todo el pueblo por qué no decirlo así. Los gays no existían, los que se enrollaban con personas del mismo sexo eran maricones hasta que aterrizó el amigo de Manolo que además de feo era ostentosamente rico y que como señal de compromiso había regalado a Manolo aquel pedazo de automóvil color guinda que cegaba la vista.

Cuando pregunté a “la bizca” por las nuevas de este año me respondió que nada relevante, que solo se hablaba del monumental cabreo de “Patrol” por haber transcendido lo que sin éxito pretendía ocultar y como era algo que desconocía y ambos teníamos tiempo, le pedí que me lo contara con detalle.

Patrol” era el apodo por el que todos conocían a Juanito desde lo de la multa. El pueblo contaba con dos accesos a la carretera general de los cuales uno tenía poca visibilidad y hace unos años, Juanito encaraba por ella el camino en dirección a las mieses sin percatarse de que venía una furgoneta. El siniestro no produjo daños ni personales ni materiales de consideración, apenas un arañazo en el furgón pero ambos eran de sangre caliente y seguramente mantenían sin resolver alguna pendencia con lo que al poco se enzarzaron en una absurda pelea que motivo un juicio de faltas.

No se sabe si a consecuencia de aquello o porque Tráfico ya lo tenía previsto con anterioridad, poco después del incidente se ordenó el cierre de esa salida para obligar a utilizar la menos peligrosa con el enfado consiguiente del personal que de manera estentórea mostraba su desacuerdo argumentando que si salían por la que era más segura, que se encontraba justo al otro lado del pueblo, tenían que dar un rodeo de medio kilómetro hasta llegar a las fincas. El caso que el enfado fue in crescendo hasta que un día después de calentar el gaznate decidieron iniciar una protesta pública y cortar la carretera general.

Invadieron la calzada con tractores y paisanos sentados delante de ellos con la intención de permanecer así hasta que reabrieran el paso o eso dijeron, pero lo que consiguieron es que no tardara en llegar un Patrol de la Guardia Civil del que se apearon dos números con la resuelta intención de convencerlos para que depusieran su actitud.

Como no había manera, uno de los agentes que parecía tener la voz cantante, les ofreció tomar buena nota de sus demandas y elevarlas a los superiores. Era lo único que estaba en su mano pues no tenía autoridad para franquear el paso y la alternativa de llamar a la central para que enviaran a la Unidad de Intervención no parecía la opción más recomendable.

Accedieron y el agente tomó debida nota tanto de sus requerimientos como de su documentación, la de Juanito y la de Claudio que se erigieron portavoces y así, todos para casa antes de que se hiciera tarde que el turno estaba a punto de cambiar y debían apresurarse para llegar a tiempo a la Comandancia de puesto.

El caso es que la salida permaneció cerrada y nadie sabía nada de nada hasta que al cabo de un mes, Claudio, recibió un sobre de la Jefatura Central de Tráfico conteniendo una multa de 80 euros por haber infringido algún código que venía allí reflejado. Esto molestó a todos pero lo que a Claudio realmente enervaba es que solo él había sido sancionado, nadie más había recibido carta alguna, ni siquiera Juanito que también ejerció de portavoz.

Al día siguiente habló con un amigo suyo y guardia civil, residente en la capital que se ofreció a acompañarlo a las oficinas de la Jefatura Central de Tráfico para ver que se podía hacer. Una vez allí, una señorita puso amablemente en su conocimiento que nada estaba en su mano y que el oficial del Patrol con el que habló no estaba allí, estaría de servicio como el día que se acercó donde ocurrieron los hechos pero que ni siquiera lo conocía.

A cambio le ofreció ayuda para presentar un escrito alegando lo que considerara oportuno y solicitando la anulación de la sanción, para lo que le proporcionó el impreso apropiado. La chica le ayudó a poner sus datos en él y escribió todo lo que él dictaba de la mejor manera posible, que si él solo habló en nombre del resto como lo hiciera su vecino Juanito que sin embargo aunque ejerció de portavoz con él, nada había recibido, lo que consideraba muy injusto, pero además, una y otra vez insistía en que si alguien hablaba con el oficial del Patrol que tomó nota de sus datos o con su superior al cual este iba a informar, podrían comprobar que todo cuanto decía era cierto.

Ella lo escribió todo tal cual y le informó que para tramitar el escrito, debía adjuntar el recibo de haber satisfecho la multa, que además y dado que no había superado un plazo determinado, suponía un 50 % menos, es decir solo 40 euros cantidad que por otra parte, caso de dar por buenos sus razonamientos, lo que sería bastante probable esa cantidad le sería devuelta.

Claudio se calmó, pago, firmó y se volvió al pueblo. Cuando lo contó, el primero que se rió a carcajadas fue Juanito, al tiempo que lo llamaba lerdo perdido. Iba yo a pagar –insistía Juanito– que venga el listo del Patrol a cobrar si tenía bemoles para hacerlo. El enfado entre ambos creció hasta el punto de no dirigirse la palabra y todo se magnificó cuando al cabo de un par de meses recibió un nuevo sobre, esta vez conteniendo un montón de hojas escritas a dos caras que según el cura, al que acudieron para enterarse bien ya que por lo menos era estudiado, venía a decir que no procedía la devolución de la multa porque quedaba demostrado que los hechos se habían dado y que el mismo Claudio lo admitía en su escrito, lo que suponía una infracción tipificada como grave y tal y tal, a pesar de que contra dicha resolución podía interponer recurso ante los juzgados acompañado de abogado y procurador y bla, bla, bla.

Aquello se había convertido en una bola demasiado grande para Claudio porque Juanito, que se había pasado todo ese tiempo diciendo que él no pagaba si no venía el del Patrol a cobrar, al escuchar al cura aquellas palabras reanudó sus burlas, si cave con más vehemencia aún hasta que se echaron mano y los hubo que separar y calmar para evitar que la cosa fuera a mayores y se terminaran haciendo daño de verdad.

Durante los siguientes dos años, cuando alguien se refería a Claudio lo hacían como “paganini” y si se referían a Juanito “Patrol” mote que se le asignó, cuyo recorrido es todavía una incógnita aunque es bien sabido que este tipo de motes, se termina perpetuando con el tiempo.

Y era el caso que la noticia de este año a la que se refería “la bizca”, es decir, lo que estaba en boca de todos ese verano era el final del proceso porque durante casi dos años nada se supo del agente aquel que un día se presentó para convencer a los amotinados y porque prácticamente se evitaba hablar del asunto so pena de tener que enfrentarse a puñetazos con Claudio, hasta que por fin, un día Juanito fue a sacar dinero del banco y se percató de un cargo en la cuenta de casi 400 euros que no reconocía exigiendo al momento que el director le diera una explicación. El director le informó que se trataba de un embargo procedente de un Juzgado de la capital y que hasta allí tendría que acudir para averiguar de que se trataba.

Y lo hizo, claro que lo hizo, tomó nota en un papel de la referencia que le facilitó el director del banco y cargado de razones se dirigió a la capital donde quemó toda la mañana entre papeles y despachos de funcionarios dentro de aquel edificio que por lo menos a él resultaba incómodo e inquietante.

Al final de la mañana, un funcionario le presentó la multa de 80 euros, similar a la que en su día recibió Claudio como origen del embargo, pero Juanito seguía sin dar crédito, no entraba en su cabeza como 80 euros de los que Claudio pagó solo 40 se habían convertido en 400 euros, es decir se había multiplicado por diez como por arte de magia.

Hasta ese momento, nadie se había percatado, ni siquiera el propio Juanito de que la dirección que figuraba en el DNI y por lo tanto la que facilitó al agente el día en el que se produjeron los hechos, no era la suya actual sino la de su residencia antes de mudarse a la casa de los padres de la chica con la que convivía actualmente y con el agravante de no haber actualizado el censo por desidia o descuido.

El funcionario le explicó el largo recorrido de aquellos documentos porque a su dirección antigua, a la única que disponía el juzgado remitieron uno tras otro los requerimientos de pago, con sus incrementos correspondientes en concepto de intereses de demora y gastos varios con el objeto de que Juanito entendiera la marcha del expediente.

El seguimiento pormenorizado del incremento de la cifra inicial que por fin llegó a comprender no ayudó a que se recuperase del estado de vergüenza en el que se encontraba sumido porque no solo lo habían embargado la cuenta también lo habían minado la moral y no tenía ni idea de como contar a todos lo sucedido por lo que en ese mismo instante tomó la única decisión que le pareció viable y que no fue otra que guardar un absoluto silencio ocultando a todos la verdad.

Me dice Carmen “La bizca” que a pesar de sus intentos por dejar que el tiempo borrase los hechos o que por lo menos disminuyera el interés hasta el punto de que se durmiera en el olvido, en un pueblo tan pequeño todo se termina sabiendo y Claudio tenía ganas de resarcirse de tanta burla por lo que se encargó, tan pronto tuvo conocimiento, de sacudir el ventilador con el argumento de que la risa va por barrios y que era a él al que ahora tocaba disfrutar el momento y reírse a gusto de “PATROL”.