Si, menos mal que los optimistas dictaminaban que la pandemia, ese tremendo lobo del 2020, traería bajo el brazo sus cosas buenas. El pronóstico era amplio, esto nos está dando lecciones de humildad, nos obligará aunque nos resistamos a colaborar en lo político y ser más solidarios en lo social.
Las organizaciones políticas que solo miraban por los intereses de sus votantes tendrían que abril el foco porque en este barco vamos todos. Superaremos los sesgos, y los nacionalismos pasarán a un segundo plano para imponerse el bien común. A partir de ahora nadie cuestionará los presupuestos en salud, educación o servicios sociales y vivir una nueva normalidad donde tendremos que respetar y no contagiar al prójimo, nos hará más libres.
Que bonito sonaban todas esas palabras seguidas y encerradas en un mismo párrafo, como la música resultante de una afinada orquesta que había sido herida, si, pero saldría reforzada.
Sin embargo los que no éramos tan optimistas llamábamos a eso una sarta de deseos sin fundamento empujados por la esperanza en un mundo mejor pero estábamos convencidos de que pasado el susto volverían las trompetas de la guerra proclamando su odio y así está sucediendo.
Los gobiernos todos, incluidos los autonómicos, mueren de éxito proclamando lo bien que lo han hecho todo, como siempre con el único objetivo de perpetuarse, mientras la oposición no repara en gastos ni descalificaciones del contrario hasta conseguir descabalgarlo como sea. Montesinos, portavoz del Partido Popular afirmaba esta semana “tanto Álvarez de Toledo como los demás portavoces y miembros de la cúpula del partido están juntos en la estrategia de «forjar» una alternativa sensata al Gobierno de Pedro Sánchez”. Esa es la clave alrededor de la cual pilota todo, también los titulares manipuladores de la prensa de la derecha y de la izquierda, cada una mirando por lo suyo, impidiendo la posibilidad de acordar algo porque solo prevalece una consigna: Al enemigo ni agua.