Mi amiga Marina a regresado por fin a casa después de pasar una semana en el hospital, primero en la UCI y más tarde en planta. Reside en otra comunidad, tiene 47 años y es funcionario de hacienda de grado medio. Por su edad, actividad y calidad de madre de un chico de 24 años, se considera perteneciente al colectivo “mujer de mediana edad, activa trabajadora, cotizante y madre responsable” pero además se la puede clasificar con el estereotipo “nieta” porque tanto su madre de 69 años como su abuela de 92 y recientemente fallecida en una residencia a consecuencia del coronavirus, tomaron la decisión, al igual que ella, de procrear a temprana edad.
En otro orden de cosas, es y se considera, una mujer autoritaria en el trabajo, condescendiente con la familia y sana a pesar de haber sufrido una mastectomía el año pasado que la mantuvo fuera de juego casi un trimestre y de cuyo proceso se considera totalmente curada si dejamos al margen algunas operaciones plásticas para la reconstrucción de su seno.
Le parecía extraño, por lo tanto, el gripazo que parecía haber contraído en pleno mes de agosto y que inevitablemente le hizo pensar en el COVID-19, a pesar de seguir de manera concienzuda todas las numerosas reglas y protocolos establecidos por sanidad tanto a nivel nacional, como de su comunidad autónoma.
Un poco preocupada pidió cita en atención primaria pero como todos sabemos ese servicio a volado por los aires y ahora una auxiliar administrativo recoge tu teléfono y has de esperar que un médico al que probablemente no conoces ni él a ti tampoco, si descontamos la fotografía sanitaria que arroja tu ficha en su ordenador, se ponga en contacto contigo.
Muy buenas ¿qué síntomas nota? Le dice el galeno, en este caso galena, dolor de garganta, tos atrancada, anosmia y un poco de ahogo; le respondió ella. Uff, tiene mala pinta, puede que se haya infectado con el bicho. ¿Ha estado en alguna fiesta aunque sea familiar o en el trabajo con alguien afectado, sabe de algún caso próximo? No, no, no me doy cuenta, no he ido ni a la playa. Vale, la propongo para la prueba. Espere a que la llamen, no salga de casa, máxima higiene, no llevarse las manos a la boca ni a la nariz sin lavado previo y procure aislarse de la familia hasta que estemos seguros.
Y la llamaron y fue a que le pasaran el palillo por la garganta y se lo introdujeran en la nariz. Tiene que pasar a las 11:15 por la cabina preparada a la entrada de urgencias del hospital e identificarse, dijo la anónima voz. Ni a las 11 ni a las 12, pensó ella, tiene que ser a las 11 y cuarto, pues ala. Vuelta a casa y a seguir esperando mientras crecía en ella la angustia de haber infectado a media comunidad autónoma sin pretenderlo. No tenía fiebre sorprendentemente, pero le dolían hasta las muelas y en aquel estado solo le apetecía meterse en la cama lo que al final hizo agobiada por sus temores.
“El resultado de su test de coronavirus ha dado negativo”, se leía en el mensaje de texto que apareció en su teléfono móvil pero ella cada vez respiraba peor y se había hecho patente un dolor de cabeza insoportable, así es que, como mujer resolutiva que es, se presentó en urgencias y a la media hora ingresaba en la UCI con el diagnóstico de una neumonía que podía poner en peligro su vida. Después de aquella primera prueba y de la última que la hicieron antes de enviarla de vuelta a casa, le practicaron varias más, incluso con extracción de sangre y en todas ellas el resultado arrojado por los test fue negativo.
No contrajo, ni propagó el coronavirus pero pudo morir a causa de otro virus, tipo de gripe o un catarro fuerte o lo que fuere y en pleno mes de agosto que no es proclive a este tipo de infecciones. Y como de todo hay que sacar provecho en la vida, espero que algo saquen de esto también.