LA EQUIVOCACIÓN

Dos chicas en el parque

Aunque recordaba el verso que Sabina utilizó en una de sus canciones: “Donde fuiste feliz alguna vez, no debieras volver jamás”, con el que Félix Grande iniciaba uno de sus poemas, hacía un año que Cecilia había decidido volver a su ciudad natal, aquella en la que vivió una infancia feliz.

Santander era una ciudad que le servía de referencia para todo y para nada a la vez, le parecía única y maravillosa por un lado pero por el otro, pequeña, vulgar y provinciana. En realidad había nacido en Camargo un pueblo cántabro carente de singularidades si excepcionamos sus canteras, pero cuando contaba apenas dos años, sus padres se trasladaron a la capital, obligados por las circunstancias.

Nunca hay una sola razón para hacer lo que hacemos, siempre es un cúmulo de circunstancias las que inciden en la decisión última y la primera de ellas fue que Madrid no la trató bien y a pesar de que intentó encontrar un trabajo que la satisficiera y un círculo social en el que sentirse cómoda, no consiguió ninguna de las dos cosas, pero tampoco culpaba a nadie porque siempre se tuvo por un bicho raro de difícil complacencia.

Saltaba de empresa en empresa sin encontrar aquella en la que poder ejercer la profesión para la cual se había preparado por lo que hizo de todo y siempre con la sensación de ser explotada o poco considerada que venía a ser lo mismo dada su personalidad altamente emocional. Como pasaba de pedir dinero a los padres, pero le gustaba tener de todo como a todo el mundo, llegó a hilar dos y tres trabajos a la vez como cuando ejerció de azafata de congresos por la mañana, cuidadora de niños por la tarde y en la barra de un bar de Chueca sirviendo copas por las noches.

Precisamente fueron las copas las que la sacaron del mortecino bucle en el que se encontraba y no porque la empresa para la que trabajaba fuera muy generosa sino porque le dio la oportunidad de conocer a su pareja, otra más y ya había tenido varias, pero esa vez sería diferente.

Virginia tenía los ojos verdes con pintas amarillas más abundantes y concentradas en el entorno de la pupila, eran como su seña de identidad por originalidad y porque todos reparaban en ellos. A cada paso se teñía el pelo de un color diferente, en esos días lo llevaba verde azulado con mechas blancas y normalmente vestía ropa oscura e informal. Aquella noche sin embargo, un poco tarde y con unas cuantas cervezas en el cuerpo se acercó a la barra defendida por Cecilia, calzando unos pantalones de cuero muy ajustados y una cazadora con cremallera irregular en diagonal, todo en color negro. Tenía una figura estilizada y su mirada era seria, firme y directa como un arma de defensa.

Pon una tostada Ceci –dijo apoyando los codos en la barra–.

¿Me mirabas el culo cuando tiraba la caña? –preguntó Cecilia al tiempo que se la servía–

Es que hoy estás de miedo con esa falda de tubo y no lo pude evitar –respondió Virginia– y las dos rieron como siempre, quedándose con la peña que narcotizada por el alcohol y la nocturnidad, las contemplaba con curiosidad mal sana.

Ambas eran de Cantabria pero se conocieron en Madrid y tenían en común la edad y haber querido ver en esa ciudad la tierra de provisión donde invertir su ingenio. Las distanciaba su posición social. Mientras que Cecilia siempre se tuvo que buscar la vida, Virgi, que así se hacía llamar, provenía de una familia bien situada de Torrelavega. Sus padres empresarios de la madera, alquilaron para ella un chalecito de dos plantas en Las Rozas para así, poderlo utilizar también ellos cuando bajaran a Madrid que era a menudo.

Ella ocupaba la planta baja en la que tenía habilitado un pequeño estudio donde abocetaba diseños de ropa para niños que vendía a una empresa del sur de Madrid, un trabajo que solo daba para vicios. En la planta superior se quedaban sus padres cuando la visitaban y que solían presentarse sin previo aviso con motivo de una bienal de arte, una obra de teatro o simplemente porque les apetecía cenar en el restaurante Larumbe del barrio de Salamanca porque conocían a Pedro su dueño desde que empezara profesionalmente en el restaurante El Molino de Puente Arce y al que siguieron cuando pasó a dirigir Cabo Mayor en la capital de España.

Para ella que ante todo se consideraba progresista, sus padres eran demasiado conservadores aunque siempre accedieran a sus deseos en especial desde que a los 13 años la calificaron como una niña con altas capacidades, después de unas pruebas realizadas en el colegio, en las que le asignaron un índice intelectual superior a 130. A Virgi todo aquello le parecían monsergas que utilizaban los colegios concertados como en el que ella estudió, para contentar a padres burgueses como los suyos pero sin significado alguno para ella que nunca se creyó más lista que la media y les reprochaba sin embargo y de manera continuada, que no se hubieran mostrado mas comprensivos cuando les dijo que no se pensaba casar, que no les iba a dar nietos y que además era lesbiana. De hecho estaba convencida de que, si accedieron a ayudarla a establecerse en Madrid con tanta facilidad, fue por quitársela de encima y que no diera la nota en su círculo social más próximo.

Sea como fuere allí se encontraba, en aquella mastodóntica y agreste urbe en la que sentía haber fracasado rotundamente porque, a pesar de los miles de bocetos y cientos de intentos por crear una línea propia de costura infantil, esa oportunidad nunca llegó. Y lo peor era que con tanta desocupación su cerebro no dejaba de bullir, culpándose a si misma de beber demasiado, trasnochar en exceso y perder tiempo a lo tonto. Como Cecilia, tuvo unas cuantas parejas esporádicas y eso le producía muchas contradicciones porque odiaba la promiscuidad y aunque al principio Cecilia no le atraía sexualmente, le gustaba bromear con ella, la consideraba inteligente pero nunca dieran el paso de salir juntas.

Aquella noche fue distinta por diversas razones. Sus padres con los que había pasado la última semana habían accedido a sus deseos de abrir una tienda de ropa infantil en Santander, dando utilidad a un solar no muy grande pero situado en la privilegiada zona de la calle Calvo Sotelo. Se trataba de un local que en su día utilizaron de exposición pero que permanecía cerrado desde hacía mucho tiempo. Solo tenemos una hija y la mitad de lo nuestro es mio, había sentenciado su madre por lo que, aún con la oposición del progenitor, también se encargarían de la financiación del proyecto. Aquella noche, desinhibida por los efectos del alcohol sentía la necesidad de contárselo a todo el mundo y en especial a Cecilia que para eso había acudido al bar donde trabajaba.

¿Qué te pasa hoy que estás tan contenta? –preguntó Cecilia–.

¿Qué me pasa? –respondió Virgi– que me voy de Madrid que dejo esta ciudad desagradecida, incapaz de aprovechar la creatividad de sus jóvenes. Siempre creí que la capital del país era una tierra de oportunidades en la que desarrollar todo mi ingenio y lo que me encontré fue un tejido social impermeable a las iniciativas, aquí todo lo novedoso se menosprecia.

Para el carro –interrumpió Cecilia–. No empieces con ese discurso negativo que me deprime porque aunque a mi me ocurriera algo parecido, reconozco al menos que parte de culpa tendré yo cuando otros triunfan por todo lo alto. Pero dime que es eso de que te vas ¿A donde te vas?

Apenas se conocían, hablaban solo en el bar y se reían juntas pero realmente, sabían poco la una de la otra, sin embargo Ceci, que era el hipocorístico utilizado por Virgi para dirigirse a ella, se sintió mal porque si marchaba se encontraría más sola aún. Intuía que era atractiva, sabía que gustaba a los chicos pero ni logró consolidar una relación ni tampoco entablar amistades con las que encontrarse realmente a gusto.

Me vuelvo a mi tierra, engañé de nuevo a mis padres –dijo Virgi al tiempo que guiñaba un ojo–. Me van a ayudar a abrir una tienda en Santander y estoy necesitada de una socia que de el pego y que esté buena como tu, si quieres, espero a que salgas de trabajar y te lo cuento todo.

Aquella noche siguieron de copas y Cecilia durmió en el chalé de Virgi porque no le apetecía llegar muy tarde al apartamento que compartía con una pareja de estudiantes a sabiendas de que ambos madrugaban y temía despertarlos. Los siguientes días los dedicaron a conocerse mejor. Cecilia provenía de una familia trabajadora sin muchos altibajos, en su casa no había lujos pero sus padres le proveyeron de lo indispensable, no obstante nunca desarrolló una conciencia de clase sobre todo porque en su casa nunca se habló de política y para ella la vida no consistía más que en pasar el tiempo de la manera más agradable posible dentro del alcance que le permitían los medios de que disponía que tampoco eran muchos y por ello le llamaba tanto la atención escuchar a Virginia. Estaba deslumbrada por su discurso social y reivindicativo.

Cecilia no se fijaba en las noticias sobre manera si hablaban de política, solía escuchar la radio pero solo música mientras que Virginia estaba al día no solo de lo que pasaba en el país si no de política internacional, desayunaba, comía y cenaba con noticias, debates y tertulias como sonido de fondo y en consecuencia había desarrollado un agudo sentido crítico. Entendía de todo, podía hablar durante horas de la economía de la sostenibilidad o de leyes progresistas en defensa de los animales o los derechos humanos. Se consideraba agnóstica, feminista y un tanto anárquica y aunque se aprovechaba de sus padres todo lo que podía, los consideraba unos carcas y egoístas que solo pensaban en ellos.

Por otra parte Cecilia se consideraba heterosexual a la vez que desafortunada porque nunca le fue bien con los hombres. De muy joven mantuvo un noviazgo con un chico majo, sus padres se conocían y todos parecían felices con la relación menos ella que terminó por dejar morir aquel posible amor antes de que naciera, dando todo por olvidado definitivamente cuando se mudó a Madrid. Por eso el hecho de que Virginia tuviera las cosas tan claras también en el aspecto afectivo y sexual, la deslumbraba y aunque hasta entonces no creía haber sentido atracción por las chicas, por Virgi si, y mucho aunque dejándose llevar pues las cosas parecían fluir maravillosamente a su lado.

Le gustaba como había quedado la tienda, se apreciaba la fuerte personalidad de su compañera, tanto por la decoración como por la oferta de ropa, la preparación del escaparate etc., y además se encontraba muy bien con ella, por fin mantenía una relación de equilibrio y paz y aun a sabiendas de que nada es eterno, estaba deseando que así fuera. A veces se sentía atormentada por tener que sortear a diario, las muchas diferencias que existían entre ambas, por ejemplo Cecilia no bebía apenas y lo que más le gustaba era quedarse en casa, deseaba tener un perro y cocinar, sin embargo observaba como Virgi, prefería la calle para los momentos de ocio, durante los que habitualmente bebía, y menos mal que no fumaba ya que eso si sería un verdadero problema.

Además Cecilia estaba acostumbrada a estar con gente, sus hermanos, tenía tres y sus padres y abuela y sabía cuan complicada es la convivencia sobre todo fuera del entorno familiar como le ocurriera en Madrid donde convivió con una pareja. Por otra parte Virginia era hija única acostumbrada a vivir sola y ser el centro de atención. De hecho, cuando volvieron a Santander, Cecilia fue directa a casa de los padres para contarles que se volvía porque estaba intentando abrir una tienda con una amiga que había conocido en Madri. Mientras tanto, Virginia pasaba por su casa sí, pero a recoger las llaves de un apartamento de soltera que en su día su padre adquirió para ella.

Con tacto pero también con cierta frecuencia, la presionaba para vivir juntas, apartamento tenemos, le decía, pero Ceci lo dilataba para preparar bases que favorecieran la convivencia aún a sabiendas de que terminaría cediendo tarde o temprano.

Guardó en el bolsillo trasero de su pantalón medio folio que había leído solo por encima y en el que, entre bromas, Ceci había relacionado las normas de convivencia que entendía esenciales para construir una vida común, como eran no fumar, permisividad de algún tipo de mascota porque siempre quiso tener algún animal, salir poco y respetar las cosas de cada una.

Virgi, medio enfadada, le preguntaba por qué hablaba de bases si ella estaba dispuesta a hacer lo que fuere para complacerla y además, si nunca había fumado por qué iba a empezar a hacerlo ahora. También le aseguró que aun siendo hija única sabía perfectamente que la convivencia impone sacrificios y aunque nunca tuvo animales en casa, estaba segura que aprendería a querer todo lo que fuera de ella y que en lo referente a respetar las cosas, no se preocupara porque nunca se pondría sus bragas. Al final, terminaron riendo como siempre. Virgi dejó claro que solo daba importancia al orden y la limpieza, con ducha diaria incluida que en su caso sería más de una porque tenía tendencia a sudar y lo demás le daba igual, lo permitiría y respetaría todo aunque eso sí, le gustaría que la mascota la eligieran juntas.

Con mucho cuidado para no despertarla, Salió de casa a las 6 y media de la mañana para tomar un vuelo a Madrid, pretendía cerrar un acuerdo con un fabricante y ultimar el contrato para la confección de una colección que ya tenía desarrollada con vistas a la siguiente temporada.

Como de costumbre a las 8 sonó el despertador y al pararlo, Cecilia observó un sobre debajo de una cajita cuadrada envuelta en papel decorado con estrellas. Se sentó en la cama y abrió el sobre.

Buenos días corazón. Hoy es el primer aniversario del día que decidimos comenzar esta aventura. Te dejo un obsequio para que pienses en mi cada vez que te calces. Ah y te recuerdo que debes recoger el muestrario de telas del que te hablé ayer. Un beso, volveré esta noche o mañana a más tardar. Abrían la tienda a las diez y media y la mayor afluencia de clientes se producía cuando se acercaba el medio día y a partir de las cinco de la tarde, de modo que las once le pareció el mejor momento para cumplir con el encargo.

La dirección se ubicaba en el barrio Castilla-Hermida denominado así por estar delimitado por esas dos arterias que ella conocía bien, no en vano había estudiado en el Instituto de Secundaria Alberto Pico, y por ello consideró suficiente con memorizar la dirección a sabiendas de que no se perdería. Las viviendas que componen el barrio son más o menos de una misma época, esa zona está asentada en unos terrenos rellenos de la Bahía de Santander sobre arenales en dirección a las marismas que se fueron cubriendo con tierras y escombros así es que todo le parecía muy familiar incluso el portal cuando entró, subiendo sin bacilar hasta el tercer piso.

Abrió la puerta Armando. Hola Cecilia ¿como tú por aquí? –dijo un chico más o menos de su edad al tiempo que daba un paso al frente con la intención de abrazarla–.

El estupor inicial la paralizó, parecía incapaz de articular palabra. Miles de imágenes le venían a la memoria, de pronto recordó que por allí vivía Armando, el novio del que apenas se había despedido cuando marcho a Madrid. Debía haberse confundido de edificio y maldecía no haber anotado la dirección exacta en un papel con lo que ni de eso podía estar segura.

Hola Armando –dijo cuando logró alcanzar la compostura–, lo siento es que me debí equivocar vengo de parte de Virginia, de la tienda de ropa infantil de la calle Calvo Sotelo 3, tenía que recoger un muestrario de telas por eso digo que debe ser otra dirección pero no la traigo anotada así que tendré que hacer una llamada para entender lo que ha pasado.

Que suerte que te confundieras, que placer verte ¿No estabas en Madrid? –decía el chico amontonando las palabras–

Volví hace ya algún tiempo porque abrí, bueno abrimos una tienda de ropa –respondió Cecilia entre compungida y confundida–.

De pronto una atractiva joven surgió del fondo del apartamento hablando en alto, creo que no te has confundido. Soy Adela, la representante de las telas, esperaba que Virginia pasara a recoger el muestrario el fin de semana, por eso me extrañó que no viniera ayer y como salgo para Barcelona, pensaba pasar esta tarde antes de ir al aeropuerto para llevarlo personalmente ¿Tu serás su socia supongo?

¡Qué casualidad! –Interrumpió Armando–, Cecilia y yo fuimos novios. Él chico parecía contento ante el acontecimiento pero no así su pareja que se encontraba tan confundida como Cecilia, incrédula ante aquella cadena de casualidades. La invitaron a pasar pero decidió marcharse argumentando la ausencia de Virginia y el montón de cosas que debía hacer antes de la hora de la comida y disculpándose hasta el exceso, salió del edificio en posesión del muestrario y aturdida, cavilando sobre como contarle a su pareja aquel extraño suceso, sobre todo porque en el proceso de confesiones previo a comenzar a vivir juntas, nunca le había hablado de Armando, ni siquiera le había contado que había estado conviviendo con un chico durante algún tiempo pero sobre todo, como explicar que no hubiera reconocido la dirección del sitio cuando la escuchó, ni que se hubiera percatado cuando entró en el aquel portal que había frecuentado durante meses.

No dejó de darle vueltas el resto del día. Tenía que preparar un relato a la altura de la inteligencia de su compañera y sobre todo no mentir porque hacerlo equivaldría a plantar la primera piedra del fracaso de la historia de amor que había comenzado hacía un año. Sacó del bolsillo el regalo que se había encontrado por la mañana en la mesilla. Se trataba de dos ajorcas de oro, para que pienses en mí cuando te calces –le había dejado escrito– y se colocó una en cada tobillo, la que incluía un diamante blanco en el izquierdo y la que incluía un topacio amarillo, en el derecho.

También pensó que podía no decir nada, pero como evitar hacerlo si Virgi lo pregunta todo, cuanta gente vino, vendiste mucho, vino algún representante, recogieron aquel pedido, que te parecieron las telas y además a sabiendas de que cuando la actual novia de Armando, la representante de telas volviera por la tienda, sin duda le faltaría tiempo para comentar la anécdota.

La tarde se presentó tan complicada que no encontró un resquicio para la meditación, mucha gente, muchas llamadas incluyendo la de Virgi para transmitirle lo contenta que estaba con la gestión realizada con el proveedor y de paso interesarse por las visitas y las ventas. Quería saber también si la había echado de menos porque ella sí. El caso que cuando cerró la tienda se encontraba agotada, comió un sandwich frio de jamón en Regma y un helado con la intención de ponerse una dosis extra de azúcar que le ayudara a pensar antes de volver a casa.

Nada más tirarse en el sofá intentando decidir como enfocar el asunto y con la firme decisión de no hacer nada que pusiera en peligro aquello que estaban construyendo entre las dos y que le parecía, lo único verdaderamente bonito que le había ocurrido desde hacía mucho tiempo cuando sonó el teléfono: Soy yo, estoy tan agotada que ya me metí en la cama de este mediocre hotel donde intento sentir tu presencia, dime algo Ceci, lo que sea, pero dime algo que me gratifique y compense la distancia.

Te quiero Virgi, dijo Ceci con el tono más sincero que pudo encontrar, estoy tirada en el sofá porque también estoy agotada y me estaba quedando dormida pensando en eso, en que te quiero mucho.