EN EL LUGAR DEL OTRO

Vista interior del HUCA

Madrugué un poco y el tiempo estaba frio y húmedo, como corresponde con las fechas en que nos encontramos, no me apetecía nada pero era inevitable, un control médico en el HU-CA, lo exigía. Como siempre mis elogios al que considero uno de los mejores hospitales de España, magníficas instalaciones a pesar de algunos accidentes como la caída de cristales en el pasillo de radiología o algunas goteras que se corrigieron; y digo esto con conocimiento de causa porque en el pasado me ví obligado a visitar más de un hospital, desde el Marqués de Valdecilla de Cantabria, La Clínica Quiron de Barcelona donde fui operado en tres ocasiones, El Gutman o La Paz de Madrid por mencionar algunos. Y no es únicamente que las instalaciones sean modernas es que lo son los medios, me da la impresión de que está hecho con cerebro, es luminoso y estoy encantado con el personal. Fui atendido nada más llegar y en poco tiempo todo el mecanismo se puso en marcha, espirometrías, placas, etc… con diligencia pero sin agobios con lo que a las 3 horas todo había terminado sin grandes cambios, recomendación de mantener medicación, informe, despedida de los profesionales de la salud y terminada la puesta a punto con el dictamen de encontrarme razonablemente bien dadas las circunstancias y la edad.

Salía no voy a decir feliz pero si contento y ocurrió algo al abandonar la zona médica e incorporarme al pasillo de los ascensores que llamó poderosamente mi atención. Tuve que detener la marcha de mi silla para no atropellar a una chica que se dirigía a los aseos cruzando desde la zona opuesta, iba tan preocupada que ni reparó en mí, creo que ni me vio. Era joven, entre 30 y 35 años guapa, de mediana estatura. Morena y con el pelo más bien corto, un amago de melena dejaba al descubierto la mayor parte del cuello. Vestía vaqueros azules un poco resobados y botínes de grueso tacón fabricados en serraje marrón oscuro. Un jersey de punto verde limón cumplimentaba su vestuario. Percibía que su paso era apresurado y preocupado pero cuando me fijé un poco más pude ver en su cara esa tristeza que te deja un vacío que parece ya imposible de llenar. Un manantial de lágrimas recorría su rostro y me di cuenta entonces que le apremiaba entrar en el aseo para ocultar al mundo su dolor, un dolor que prefería sufrir en soledad.

Un buen número de científicos opinan que la diferencia más significativa entre el hombre y el resto de los animales radica en la posibilidad del este de ponerse en el lugar del otro y sufrir con su dolor o gozar con su alegría. A mí me ocurrió ayer que, a pesar de abandonar el hospital alegre, la visión de aquella mujer tornó mi contento en tristeza, una tristeza que me acompañó el resto del día porque no pude evitar ponerme en su lugar, a lo mejor lloraba por una riña telefónica con su pareja o por tener que tomar una decisión delicada pero acaso, dado el lugar donde nos encontrábamos, había recibido una mala noticia.

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