ELÍAS PEREIRA

Suite hotel de montaña

No estoy de acuerdo con el mito de la infancia feliz. Los humanos nacemos más dependientes que otras especies y por tanto más necesitados de atención por parte de los padres y la sociedad. Sin embargo, con frecuencia solo aciertan a colmarnos de objetos materiales cuando lo que necesitamos es socialización, afecto y comprensión. Entre los profesionales circula un chiste en el que unos padres acuden a consulta, abrumados por los problemas de comportamiento de su hijo y el especialista dictamina que en su opinión, el chico solo está falto de límites, a lo que los padres respiran aliviados y prometen comprarlos nada más abandonar la consulta.

Guardo experiencias negativas de la amistad en la infancia. Es quizá por ello que no conservo ningún amigo de aquella época, a pesar de que la literatura y el cine estén llenos de historias de chicos y chicas que mantuvieron desde la infancia una amistad constante durante al menos la primera parte de su vida. Pudo haberse dado el caso con Álvaro, un buen chico, cariñoso y callado del que me hice muy amigo, pero que no era del barrio, tenía la tez muy morena y se decía que había venido de la Castilla profunda, el lugar exacto nunca lo supe y no sé si por esa razón o por otra, fue rechazado desde el principio. Aparte de mí, nadie parecía tenerle afecto porque nadie lo defendía cuando Fonsito que, a decir de mi madre era un hijo de puta con pintas del que me tenía que cuidar y mantener alejado, se ensañaba con él zurrándole de lo lindo. Su familia tampoco debió caer bien pues sin tardar volvieron a su tierra o donde fuere y no lo volví a ver ni supe más de él, y aunque mantuve mucho tiempo la esperanza de toparmelo un día, esto nunca ocurrió lo que me produjo gran pesar. Con quien si me vi alguna vez fue con Fonsito, convertido en un aparente tipo de provecho, pero lo odiaba desde entonces y no quise saber nada de él.

Cualquiera de mis amistades se cosecharon ya de mayor, en mi etapa laboral y Elías Pereira era uno de ellos. Somos de la edad y nos conocimos cuando trabajábamos como representantes de comercio, él también lo era y solíamos compartir destinos. Coincidíamos en una ruta que transcurría por varias provincias del norte que solía ocuparnos la semana y aunque los artículos que componían nuestras carteras eran distintos, ambos tenían relación con el menaje y equipamiento tanto de instalaciones profesionales como de hogares.

Durante aquellos años se fraguó la amistad, tanto que a los ojos de otros compañeros de profesión éramos inseparables. Con el tiempo yo me dediqué más al ramo cultural, libros, cine, seguridad y seguros y él se fue más por el camino de la instalación profesional, hasta terminar estableciéndose en una capital de provincia, con local, almacén y toda la pesca.

Mis clientes eran academias, institutos, librerías, pequeños instaladores, incluso ayuntamientos de pequeños municipios, mientras él se dirigía hacia grandes empresas de instalación, geriátricos, almacenes y también ayuntamientos pero de grandes capitales. Eso nos separó en lo profesional aunque la amistad perduró y aunque mi dinámica de trabajo era más metódica y la de él más creativa, siempre procuramos vernos o seguir en contacto.

Elena era una mujer atractiva, de mediana edad con sueldo de funcionario. Vestía siempre ropa de marca y frecuentaba restaurantes, hoteles y locales de prestigio. De ella dependía en parte la firma de contratos para la equipación de polideportivos, museos y pabellones. Ignoro si estaba casada aunque creo que no, pero de cualquier modo era independiente, enérgica y mandona, causando temor entre el personal a su cargo. Presumía de incorruptible, no solo ella, sino también su equipo, todos hablaban de su integridad moral y profesional, con ella no valían componendas, pero nada es lo que parece y nunca deberíamos decir que no vamos a beber aquella agua por muy mala que sea, ya que siempre llegará un día en el que la sed obligue. Elías también era un tipo honesto y leal en el trato aunque por encima de todo era un empresario cuyo objetivo consistía en este caso, en colocar 1500 butacas en el salón de actos del centro cultural de la comunidad autónoma cuyo contrato de compra firmaría Helena que era la funcionaria encargada de los suministros.

Estaba soltero, mejor dicho divorciado que a los efectos legales viene a ser lo mismo. Me consta que era heterosexual y que le gustaban las mujeres, pero no perdía la cabeza por ellas fácilmente, era un tipo frío en lo que se refiere a su conducta sexual. Me lo imagino en la cama separando tranquilamente las piernas a su mujer como un trabajo más, incluso con menos entusiasmo que cuando descolgaba el teléfono para concertar una cita con la encargada de compras de un instituto a la que intentaba vender un buen número de mesas y sillas.

Pero eso formaba parte de su normalidad, así había tenido dos hijos, hija e hijo, para eso se había casado, en eso consistía el matrimonio ¿no? decía después de contarme el alegato que su mujer hizo en presencia de los dos abogados de parte cuando de común acuerdo se reunieron para materializar el divorcio. Según ella, el matrimonio para él era algo indiferente y cuando repreguntó ¿qué demonios pretendía decir con eso? Ella respondió airada que estuvo esperando 13 años a que un día, un solo día, la empotrara contra la pared en un acto de arrebato sexual como hacían los maridos de sus amigas. Se sentía avergonzado contándomelo así que me imagino la vergüenza que pasó en aquellos momentos. En lugar de estar agradecida de que la tratara con delicadeza y respeto, dice que uno de los motivos del divorcio es la falta de energía sexual ¿quería acaso que la violara cada noche? Repetía obsesionado intentando disculparse ante mí.

Pero Elías era un gran trabajador, se podría decir que disfrutaba trabajando y cuando no estaba haciendo una visita o ultimando un trato, estaba planificando, preparando la agenda o buscando horizontes para nuevas operaciones. No le preocupaba viajar, concertar una entrevista de trabajo a cualquier hora y en cualquier parte, y para él las reuniones de trabajo en torno a una mesa con comida eran lo más importante porque aseguraba que todo se planeaba mejor mientras se llenaba el estómago. Yo creo que en el trabajo volcaba toda su energía. Si al casarse, en lugar de preguntarle aquello de «quieres por esposa…», le hubieran preguntado ¿A partir de este momento estás dispuesto a supeditar el trabajo a tus obligaciones matrimoniales? nunca se hubiera casado.

De cualquier manera Elías contaba con atractivos para las mujeres, si no ligó más fue por su desinterés, pero no por falta de pretendientas y no sé si conscientemente o no, pero se aprovechaba de ello. Por ejemplo se dio cuenta desde el primer momento que caía bien a Elena, me contaba que se ponía siempre al teléfono y cuando la visitaba, no lo hacía esperar como a otros, sino que lo recibía con buen agrado y de inmediato. Estaba convencido de poder sacar partido de ello y cuando tenía oportunidad se insinuaba, la colmaba de atenciones e intentaba tomarse confianzas que en cierta manera, encontraban eco en ella. Esto es pan comido me dijo un día, la tengo a comer de mi mano, si las cosas salen como creo dentro de poco esa instalación es cosa mía, solo necesito que me facilite algunos detalles más.

Pero nada es sencillo y un suministro de 1500 butacas siempre encuentra muchos pretendientes que esperan ansiosos optar al concurso que preceptivamente se abre y cuyo pliego de condiciones hay que dar por satisfecho cuando se abran los sobres de las ofertas en la mesa de contratación. Generalmente se lleva el gato al agua la oferta con precios más bajos, pero también inciden otros factores como la calidad, moda, experiencia, servicio posventa y sobre todo llamar la atención respecto a una posible oferta temeraria y eso es lo que Elías quería trabajar y para lo que necesitaba aproximarse a ella porque otros concursantes eran más proclives a ofrecer comisiones, regalos o compensaciones de algún tipo, pero no era su estilo, él era mucho más respetuoso con las instituciones e integro en su moralidad y había cosas por las que no pasaba.

Ser alto, guapo y vestir bien podría ser suficiente atractivo para interesar un poco por lo menos, a una mujer de mediana edad, culta y con buena posición social, así es que cada vez que tenía oportunidad y si no la buscaba, hacía por encontrarse con ella e invitarla a un café que normalmente no rechazaba. Su objetivo pasaba por intentar que las personas que trabajaban bajo sus órdenes entendieran que la relación entre ellos era buena, mejor que con otros, para averiguar cosas como quien más se presentaba al concurso u otros detalles de los que sacar partido.

Me había dejado un mensaje en el contestador que no pude escuchar hasta por la noche, dime por donde andas, necesito tu consejo decía, tengo miedo a cagarla, llámame. Esto no era normal en Elías por lo que, aún encontrándome agobiado de trabajo, me puse en contacto tan pronto como me fue posible.

Me contó que habían quedado en un par de ocasiones, habían tomado café juntos, acudido a un acto oficial de presentación de unas nuevas instalaciones y la había invitado a comer para hablar del proyecto y temía meter la pata, ir demasiado deprisa y me pedía consejo, pero era algo muy personal en lo que malamente lo podía ayudar, le recomendé que se dejara llevar por su instinto como lo había hecho siempre y no le había ido tan mal.

Hasta ese momento había trabajado duro, como solo él lo sabía hacer para preparar el terreno, había traído modelos de muestra con diferentes diseños y calidades, tejidos alternativos e incluso variantes dentro del mismo rango de precios. Un esfuerzo que solo encontraría sentido si el resultado final era satisfactorio.

Días atrás se había encontrado con la sorpresa de que Elena, supongo que en respuesta a sus múltiples insinuaciones, preparó una cita para comer en el restaurante de un hotel en una estación invernal a unos sesenta kilómetros de la ciudad, porque según le dijo en aquellas fechas primaverales estaría más vacío que de costumbre y podrían hablar tranquilamente y sin interrupciones toda la tarde, añadiendo que trajera toda la documentación que creyera oportuno para empaparse bien de la oferta.

Estaba claro que aquella era la oportunidad que estaba esperando aunque hubiera preferido comer en un restaurante próximo a su tienda para tocar el producto y comentar cualquier pormenor relativo al suministro porque era allí donde tenía todo lo que pudiera necesitar, sin embargo un hotel apartado y discreto abría unas expectativas, horizontes y dudas que no se le habían pasado por la imaginación hasta entonces.

Necesito que me eches una mano en esto, pero ya te explicaré cuando llegue el momento. Ese mensaje había dejado grabado en el contestador y me intrigó el tono que utilizó al decirlo.

Llegué más o menos a las 3 de la tarde y bien pertrechado, un libro y una novela gráfica por si las moscas y una manta de algodón por si acaso, ya que en el mes de abril y en aquella cota, la tarde se podía poner fría cuando se retirase el sol.

La noche anterior me había llamado para pedirme que lo esperara estacionado a no más de 100 metros del hotel y a la vista, para poder encontrarme sin dificultad, porque lo llevaba ella y no sabiendo como iba a evolucionar la tarde ni de qué comunicaciones disponía para volver, quería tener la posibilidad al menos de contar con un medio de transporte seguro para volver a la tienda sin problemas y con celeridad, en el caso de no poder regresar con ella. Me dio la impresión de estar preocupado por terminar en la cama, porque de ser así, se hablaría poco de negocios que era lo único que le interesaba. De todos modos el objetivo estaría conseguido igualmente y se despidió con un, «deséame suerte» antes de colgar.

El hotel se encontraba al final de la calle, unos metros después de un leve cambio de rasante y aparqué 50 metros antes en la cera de enfrente por lo que el coche quedaba a la vista probablemente desde el mismo hotel. Pensé que tan solo suponiendo que comieran a las 2 o las 3 de la tarde como mucho, tendría que entretener la espera hasta las ocho por lo menos así que me aventuré a disfrutar de una pequeña siesta no tardando en quedarme profundamente dormido a consecuencia de la copiosa comida que me había metido entre pecho y espalda.

Me desperté sobresaltado por unos acelerados golpes en el cristal de la puerta y nervioso miré el reloj, no habían dado las seis todavía. Era Elías y quería entrar, quite los seguros electrónicos de las puertas, depositó en los asientos traseros su voluminoso portafolios, se sentó en el delantero y dijo arranca.

¿Qué ha pasado tío? Si no pasó tanto tiempo. Arranca que te explico sobre la marcha pero necesito tomar antes una copa, sigue que a cuatro kilómetros hay un sitio donde podemos tomar algo porque no te lo vas a creer pero la he cagado pero bien. A tomar por el culo la venta de las butacas y lo que es peor la posibilidad de volver a vender en esta diputación.

Pero te quieres explicar mejor. Te lo contaré, me dijo pero primero la copa que necesito valor para hacerlo. Cuando lo dejé en la tienda para que cogiera su coche no acertábamos a reír o llorar, sabedores ambos que hay decisiones que cambian el rumbo de las cosas para siempre, pequeñas situaciones que aparentemente no tienen mucha importancia pero que te llevan a un punto de no retorno.

Al parecer, se presentó perfectamente maquillada, vistiendo unos pantalones vaqueros ajustados y blusa escotada de grandes flores amarillas que la quitaban 10 años por lo menos, o esa fue la impresión que le produjo.

Me contó que comieron y bebieron a placer, primero ronda de vermús, buen vino tinto durante la comida que discurrió a base de carnes y pescados de primera clase, todo elegido por ella, y Marc de Champagne Moët & Chandon para terminar.

Su intención era acercarse a la barra para seguir charlando y poder entrar en materia, pero es probable que, como consecuencia de lo ajustado del pantalón se sintiera mal, e insistió en cambiar de ropa para ponerse más cómoda, decidiendo subir a la habitación. Hasta ese momento por lo menos ella se había ocupado de todo, reservado mesa en el restaurante y habitación para la tarde, una suite a modo de pequeña showroom para poder trabajar cómodamente, le había dicho.

Ya en la habitación y con parsimonia abrió una pequeña maleta con ruedas y extrajo una prenda de ropa enfundada en una bolsa de plástico de tintorería, introduciéndose con ella en el baño. Elías quedó esperando, sentado en una de las cómodas butacas de la suite y como el alcohol y la digestión empezaban a actuar arduamente, se quedó traspuesto.

Le despertó el ruido de la puerta del baño al abrirse y durante unos segundos no sabía donde se encontraba. Elena en la puerta del baño detenida a contraluz, los halógenos predominaban sobre el resto de la suite y eso permitía observar sus formas a través de la ligera transparencia del vestido tipo saco de color beige claro con lunares casi blancos. Estaba francamente guapa. Le sonrió y se acercó con movimientos suaves y sinuosos hacia la cama, apoyándose sin llegar a sentarse.

Elías no estaba seguro de cuál sería el próximo movimiento que procedía hacer, pero sabía que no era sacar catálogos todavía, porque vete tú a saber como lo interpretaría ella. Se encontraba ligeramente mareado por los efectos de la bebida y con enormes ganas de echar una siesta aunque siguiendo su instinto, se acercó y la abrazó, la besó, se besaron y como en lo que respecta al sexo, era un clásico con poca imaginación, al sentir la excitación de ella, le sacó el vestido por la cabeza y comenzó lentamente un viaje de besos y caricias hacia sus genitales. De pronto se sintió rechazado por un fuerte olor a pescado que le produjo una acusada y enorme arcada a consecuencia de la cual se llevó las dos manos a la boca intentando evitar el vómito. Percatándose de inmediato, Helena recogió el vestido y se metió sollozando al aseo, echando el pestillo.

Elías se quedó, quieto, paralizado en medio de la habitación, que otra cosa podía hacer. Asustado se acercó torpemente a la puerta con intención de entrar, pero comprobó que efectivamente se había cerrado por dentro. Quedó escuchando unos momentos y como nada se oía, entró en pánico. Como poseído por una extraña fuerza interior, asió su portafolios, una enorme cartera que por llevar siempre cargada de catálogos, recordaba las de los ministros, salió raudo abandonando la habitación como si huyera de algo. Una vez en recepción pidió la cuenta. No se debe nada le respondió el empleado. ¿Puedo dejar una nota? Claro. Y escribió: Lo siento, tengo que marchar, he de llegar antes de la hora de cierre de la tienda, te llamaré. Entregó la nota al recepcionista, le dio las gracias y salió pitando sabedor que era tarde ya para cualquier cosa.

Ya dijo Murphy que las cosas por sí mismas solo pueden ir a peor y como al final del pormenorizado relato, a ninguno de los dos se nos ocurría nada para enderezar aquel entuerto, optó por eso precisamente, no hacer nada, evitando verla de momento y rezando para que no fuera ella la que lo llamara, esperando que la cosa se enfriara, pero ya sabemos que esas cosas aunque se enfríen e incluso se perdonen, no se olvidan fácilmente.

Posteriormente y a través de un amigo común que la conocía bien, se enteró de que sufría una extraña enfermedad un síndrome de mal olor denominado Trimetilaminuria, que se le agudizaba en determinadas épocas o situaciones como el estrés y que era causa de su soltería por los complejos que arrastraba y que marcaron su carácter retraído, serio y cabizbajo.

Apenado al enterarse, intentó contactar con ella, pero nunca se puso al teléfono y que yo sepa, tampoco llegaron a coincidir.