Locutor de radio era la última profesión a la que Diego Silva hubiera pensado dedicarse y por ello consideraba fortuito a la vez que providencial su encuentro con el operario que lo atendió en el stand del Foro de Activación de empleo para personas con discapacidad que estaba teniendo lugar en el madrileño recinto de IFEMA la primavera de 2008.
Fortuito porque su opinión sobre las organizaciones sin ánimo de lucro financiadas por la banca que viven del discriminado colectivo de personas con diversidad funcional, no eran santo de su devoción, pero sobre todo por estar convencido de que acuden a ese tipo de eventos únicamente con el objetivo de aparentar que hacen algo para fomentar el empleo y justificar así los fondos que reciben.
Y providencial por estar atravesando un momento crítico después del año y medio transcurrido desde su último trabajo remunerado, ya que había pulido los ahorros y no tenía claro por cuanto tiempo podría seguir residiendo en el piso antes de que lo desahuciaran por impago.
Los que atienden los stands en este tipo de ferias, suelen ser licenciados en derecho o encargados del departamento de recursos humanos en empresas o fundaciones, y los que acuden buscando empleo, lo hacen cargados de currículos que reparten como si fueran octavillas publicitaras pero en este caso, ni la persona que lo atendió tenía formación en recursos humanos ni él llevaba currículo alguno, ya que, apremiado por la necesidad, solo pretendía echar un ojo y ver si se cocía más de lo de siempre.
Al menos dos veces pasó por delante antes de detenerse, la persona que lo atendió era un tipo muy delgado de mediana edad, con cara de pocos amigos y un reconocible acento catalán. A pesar del rechazo inicial, cabe decir que entre ellos nació una amistad que perduró algún tiempo. Se llamaba Ismael Vilagrasa, procedía de Sabadell y era un tipo tan agudo como generoso, que se percató al instante de que Diego se encontraba lo suficientemente deprimido como para tenerlo que hacer partícipe de su propia historia y por ello le contó que él mismo se encontraba entre uno de los últimos despojos de la industria textil catalana y sin esperanza de encontrar empleo más allá de la colaboración como trabajador social a tiempo parcial en la fundación para la que prestaba sus servicios y la razón por la que se encontraba allí en aquellos momentos.
Lo invitó a adentrarse en el stand para ver folletos de distintas empresas en las que colocaban a personas con diversidad funcional, el catálogo era tan amplio y heterogéneo como lo son las distintas formas de hándicap que afectan al colectivo. Obviamente lo encabezaba la ONCE y su conglomerado de empresas, pero mayormente requerían gente para la limpieza y por lo tanto con más movilidad de la que Diego gozaba, y así fueron repasando folletos sin encontrar algo adecuado hasta llegar a un contacto reciente que habían establecido con una importante emisora de radio. Solicitó su teléfono por si lograba contactar con ellos y lo invitó a volver al día siguiente a la misma hora, que era cuando él se encontraba en el stand.
Poco después de las 12 del mediodía siguiente, Diego recibió la llamada de Ismael recordándolo que tenían una cita aquella tarde y que no faltara porque contaba con importantes nuevas y así fue como le abrió las puertas de una emisora a la que acudió pensando incorporarse como administrativo, redactor o guionista. No fue el caso pues tras muchas entrevistas en las que los superiores de la cadena comprobaron la singularidad del registro de su voz y su facilidad de palabra, le propusieron lo que nunca esperó que nadie hiciera.
Diego era consciente que para ser contratado necesitaba demostrar su valía aunque también era consciente de que si lo hacían, era a consecuencia de su hándicap físico pues obtendrían ventajas considerables a la hora de formalizar el contrato como subvenciones directas o descuentos en las cuotas de la Seguridad Social, lo que significaba que trabajaría gracias a la discriminación positiva, un concepto que odiaba, pero que en aquellos momentos tan problemáticos de su vida, debía admitir que resultaba una herramienta lo suficientemente útil como para justificar su implantación.
La cadena no conseguía encontrar a la persona que sustituyera al exitoso presentador de la noche, fallecido seis meses antes victima de un infarto. A pesar de que el horario nocturno puede parecer secundario dentro de la parrilla de una emisora de aquel calado, la persona elegida debía reunir a la vez personalidad y empatía, lo que no les estaba resultando fácil.
Daban por sabido que sustituir a la persona ingeniosa y culta que había llevado el programa sería complicado pero en Diego creyeron ver a alguien capaz de desarrollar un estilo propio que cambiara el chip de los oyentes que seguían escribiendo a diario, reclamando un nuevo conductor para la noche que sustituyera al que, a pesar del tiempo, nadie olvidaba o esa fue la explicación que le dieron para proponerle el puesto de locutor en esa franja horaria.
En aquellos primeros momentos, el estupor se convirtió casi en rechazo por tratarse de algo alejado de sus expectativas. Lo invitaron a que sopesara la decisión y a escuchar los podcast de los programas emitidos para hacerse una idea pero, cuando se atraviesan dificultades como aquellas en las que se encontraba inmerso, tampoco se dan demasiadas vueltas a las cosas y tardó poco en decidirse si bien impuso que el programa no se llamara igual para evitar comparaciones.
Entre todos convinieron que la nueva cabecera, sería “La noche es nuestra” y se adelantaría ligeramente el horario que se fijó desde la 1:30 hasta las 4 de la madrugada. Presentó sin, demasiado convencimiento, un proyecto simple según el cual la primera hora y media la dedicaría a comentar temas lúdicos de actualidad, cine, teatro, eventos, música y el resto a un monográfico que podía variar de unos días a otros durante el que pondrían a disposición de los radioescuchas un número de teléfono al que llamar participando del modo que estimaran conveniente e incluso debatir sobre el tema del día.
A pesar de lo previsto, poco a poco se fue dejando llevar por las indicaciones y deseos de la legión de oyentes que desde el principio fue numerosa. Sus jefes no intervenían porque las cifras iban saliendo y les preocupaba más la audiencia en prime time que en el horario nocturno durante el cual, incluso una audiencia modesta se podía considerar suficiente.
Le preocupaba el hecho de que al cabo de un año, todo el mundo parecía estar satisfecho con su trabajo menos él, que se sentía a ratos agobiado y a ratos preguntándose como había llegado hasta ese punto en el que, lo habían renovado el contrato, pero al tiempo de felicitarlo generosamente, se mostraban ansiosos por conocer las novedades a incorporar, dando a entender que no bastaba con lo que se venía haciendo.
Analizando la audiencia, le parecía que un buen porcentaje, sobre todo en la primera parte del programa estaba compuesto por trabajadores nocturnos, otra porción considerable eran insomnes y había una buena porción a los que, simplemente le gustaba la noche y que no necesitando madrugar, se quedaban hasta el final. Se le ocurrió por lo tanto, cambiar un poco la última hora incitando a los oyentes a compartir propuestas, opciones o lo que quisieran, incluso quedaran entre ellos si surgía la oportunidad como si de un programa de citas se tratara y los cambios surtieron efecto, incrementándose notablemente la audiencia precisamente en esa tramo del programa.
Ella formaba parte del grupo que pocas noches faltaba a la cita. A juzgar por como hablaba, a Diego le parecía una chica con una personalidad compleja a pesar de que lo habían advertido que nadie dice la verdad, que todos inventan un perfil como en las redes sociales. Precisamente aquellas que ella afirmaba odiar por falsas, prefiriendo un medio como la radio. Por esa razón nos sintonizaba cada noche, le complacía escucharnos y de vez en cuando contarnos como se sentía, combatiendo de ese modo su soledad más eficazmente.
Se presentó como el “hada insomne” y solía entrar a última hora presumiendo de haber estado escuchando atentamente desde el principio, hablaba con ternura, afecto y siempre en tono amable, corregía algunas opiniones aportando las suyas propias. Alguien se interesó por su edad y respondió que eso solo le pertenecía a ella, para los demás tenía los años que aparentase por su forma de expresarse y rogó que no se la malinterpretase pues era así como pensaba, dando la sensación de querer rodearse de una aureola de misterio.
Diego era celoso a la hora de mantener su anonimato, nadie facilitaba información de él aunque llamaran por teléfono preguntando o se presentaran en el estudio, pero últimamente se sentía violento porque “hada insomne” le hacía preguntas personales que debía ignorar.
Uno de los locutores le había recomendado que lo mejor para pasar la noche ante el micrófono era evitar una copiosa cena, pero tampoco hacerlo con el estómago vacío, así que, desde que llegaba al estudio, al filo de la medianoche, hasta el momento de empezar, repasaba la escaleta mientras se comía un poco de jamón cocido entre dos rebanadas de pan de molde y un café con leche. Una vez dentro de la pecera tan solo ingería el agua que una de las auxiliares del estudio dejaba sobre la mesa.
Aquel día se encontraba bien y comenzó despacio, pausado. Traía un buen número de temas musicales para comentar y así hablar menos y estar fresco cuando llegara el grueso de las llamadas en la segunda parte del programa. Al cuarto de hora, por el micro interno le anunciaron que alguien quería entrar, hizo un gesto de extrañeza y le respondieron que se trataba de una asidua que esta vez se mostraba madrugadora.
Terminando el tema que estaba sonando la dio paso reconociendo de inmediato su voz. Llamas un poco pronto para lo que es habitual –le dijo–. Sí –respondió ella–, es que te escuche decir que hoy estabas especialmente animado y como yo me encontraba también optimista pensé que era una señal y me apeteció escuchar tu voz en el auricular sin que intermediara un sintonizador.
Ya sabes que abro los micros a los oyentes un poco más tarde porque ahora me desahogo con mis cosas ¿llamas por algo especial? –preguntó Diego ignorando su razonamiento–. Bueno –dijo ella–, en realidad nada especial pero luego te compartiré con el resto y ahora te tengo sola.
De nuevo se hizo el loco y se limitó a anunciar el tema musical que figuraba en la escaleta y que él mismo había elegido para aquel momento. Se trataba de un tema de Honky Tonky Sanchez, apodo tomado por el cantautor nacido en el barrio madrileño de Usera y afincado en la llanura albaceteña, Carlos Sánchez. El tema “No hay paz cuando estás cerca” era un blues oscuro, incluido en su primer álbum en solitario “Esta tierra hostil”, después de su paso por Mercromina, un trabajo producto del dolor y la ruptura, una canción como todas las suyas, tremendamente cruda, hostil y descarnada, porque a Diego le gustaba torturarse con sus discos.
Cuando prácticamente el programa se acababa le anunciaron desde control que entraba de nuevo una llamada de “Hada insomne”, les indicó que bajaran la música y le dieran paso. Buenas noches “hada insomne” hoy tenemos la fortuna de escuchar de nuevo tu voz ¿te encuentras bien? –preguntó Diego con tono optimista–, si pero creo que tu no –dijo ella–, hoy no has sido sincero cuando dijiste que te encontrabas especialmente bien porque la canción que nos pusiste demuestra que alguien te ha hecho mucho daño y aún te duele.
La canción es de un chico que se llama Carlos Sánchez, no tiene nada que ver conmigo ¿No te gustó el tema? A muchos oyentes les ha llegado al alma. Si, pero a mí no me engañas –añadió ella–, estoy segura de por qué elegiste esa y no otra después de hablar conmigo. Querías enviarme un mensaje y lo he captado, creo que te puedo ayudar, porque sospecho que ambos hemos sufrido mucho y tenemos derecho a resarcirnos, a recuperar el tiempo perdido.
Diego hizo señas a control para que elevaran el volumen de la música y al poco continuó hablando. Comentó como había ido la noche, esperaba que todos lo hubieran pasado tan bien como él y se despidió con dos últimos temas porque el tiempo ya no daba para más.
La técnico que aquella madrugada se encontraba a cargo del control era una chica encantadora con la que tenía suficiente confianza como para que lo despidiera con un mira a ver como te lo montas Diego, que con esa tienes plan, le decía mientras liberaba una sonora carcajada.
Durmió mal pues aunque sabía que podía ocurrir, era la primera vez y tomó la decisión más o menos precipitada de bloquearla, dando instrucciones más restrictivas en el acceso de llamadas a partir de entonces. Se recabaría información y caso de sospechar que fuera “hada insomne” la que pretendiera entrar, se la pondría en cola advirtiendo que había muchas llamadas pendientes hasta que se cansara de esperar y así consiguió mantenerla apartada durante un tiempo.
Llegó al centro comercial que se encontraba en el barrio de Carabanchel con bastante antelación. Había elegido aquel sitio en la esperanza de que nadie lo reconociera porque no lo frecuentaba normalmente y además, se encontraba alejado de su lugar de residencia. Se situó cerca de la entrada, pidió un café y extendió El Pais, sobre la mesa.
Unos ratos leía y otros revisaba las redes sociales intentando mantenerse tranquilo mientras esperaba. Unos días antes, la secretaria del programa lo llamó a casa para pedir que se presentara pronto aquella noche porque tenía algo importante que comentar. “Ada Insomne”, se había presentado para dejar un sobre a mi nombre y la advertencia de que si no me lo entregaban plantearía una queja formal por no permitirla entrar en antena como al resto de los oyentes. Para colmo el director de programación se había enterado y había dejado dicho que lo solucionara porque no quería volver a hablar del asunto.
El sobre contenía una nota manuscrita con letra firme y clara. Querido conductor de mis noches de insomnio. Te escribo debido a que, por razones que no alcanzo a comprender, cada noche me entretienen con la disculpa de que hay gente en espera. Sé que no eres tú quien lo ordenó porque antes de hacer eso te habrías puesto contacto conmigo, lo sé porque somos almas gemelas y yo habría hecho lo mismo.
Un escalofrío recorrió su cuerpo porque de pronto le vino a la memoria la película “Atracción fatal” protagonizada por Michael Douglas y Glenn Close. La nota continuaba diciendo: Es necesario que nos veamos, no dejo de pensar en ello desde que pusiste aquella canción tan triste, sé que estás sufriendo, enfermo de desamor como yo, pero también sé como acabar con ese sufrimiento.
Esta noche, podemos quedar, no me importa que todos lo sepan, pero prefiero discreción, me envías un correo electrónico a ada_insomne@gmail.com con la dirección y la hora donde podamos quedar y deja de preocuparte porque a partir de ahora todo cambiará para los dos, te lo prometo. En tanto llegue ese momento, recibe toda mi fuerza y energía.
Aquella noche tampoco permitió que entrara en antena y además redactó con lentitud un correo de respuesta que enviaría a la mañana siguiente.
Estimada “Ada insomne”:
Un locutor, en especial si conduce un programa como el mío, es lo más parecido a un actor de teatro, un creador de ilusiones, o un psicólogo y con ese ánimo me presento cada noche ante todos vosotros, a pesar de no ser actor, ni ilusionista ni mucho menos psicólogo. Solo soy alguien que se gana la vida intentando acompañar a los radioescuchas que se acercan a nuestra frecuencia buscando un apoyo para superar el tránsito nocturno de forma agradable y placentera. Eso es lo que pienso y me doy por satisfecho, si alguna noche lo consigo.
Pero no soy real, lo que hablo, cuento y vivo cada noche nada tiene que ver con mi auténtica existencia, de hecho a veces no me reconozco porque de alguna manera me transformo al entrar en antena, es como si me introdujera en un estado hipnótico, convirtiéndome en lo que vosotros percibís que tiene poco que ver con mi propia historia.
Al margen de todo esto tengo una familia a la que espero no le afecte mi profesión. Los que me escucháis cada noche solo compartís una pequeñísima fracción de mí, aquella que yo permito, pero nada más. Te aseguro que no paso por ningún trance, soy feliz, estoy bien y ten por seguro que si quisiera iniciar algún tipo de relación, la radio sería el último medio que utilizaría para hacerlo.
He sido yo y no mis compañeros quien dio orden de mantenerte en espera por entender que debía desviar una trayectoria que me podía privar del equilibrio que necesito para conducir el programa. Nada sabemos el uno del otro al margen de nuestro tono de voz y así debe continuar.
Tampoco tiene importancia que nos conozcamos porque nada va a cambiar por ello. Para poner punto y final a este episodio, podemos quedar mañana mismo si te parece en las proximidades del STARBUCKS ISLAZUL, nos pensamos si acudir o no, si lo hacemos tendremos oportunidad de conocernos, pero si uno de nosotros no se presenta a la cita, el otro lo entenderá y ya nunca más lo volveremos a intentar. Seguiremos como hasta ahora, yo como conductor de un programa nocturno y tú como una encantadora oyente que se acerca cuando le apetece a esa pequeña ventana de la radio para dulcificar la noche. Espero te parezca bien porque no solo es lo mejor, sino lo único posible. Si te presentas en Islazul, hazlo con un pañuelo rojo al cuello o un libro de Cortazar en la mano y así te podré reconocer.
Era consciente de que con lo dicho bastaba para poner todo en su sitio, pero la curiosidad nos pierde y Diego quiso saber como sería ella, por eso se encontraba allí, esperando en aquel desolador café del centro comercial a las once de la mañana de un sábado gris.
Desde donde se encontraba, la barra quedaba a la vista por lo que, si se presentaba, pasaría necesariamente a su lado en dirección a la misma. Escuchó el sonido de unos tacones acercarse y permaneció inmóvil, luego le llegó un breve aroma de Agua de Rochas. Vestía una cazadora amarilla y falda gris plomo. Calzaba zapato de piel gris de medio tacón, medias negras con dibujo y un pañuelo rojo al cuello. En la mano un bolso pequeño y un libro. Aunque no vio su cara supo que era atractiva porque al entrar se hizo un silencio significativo, la gente había dejado de hablar para reparar en ella. Ocupó un taburete, se quitó la cazadora y la dejó sobre la barra junto a una edición de bolsillo de Rayuela. Diego depositó en la mesa el importe de la consumición y lenta, pero de manera firme empujó su silla de ruedas hacía los ascensores del centro comercial sin mirar atrás.