EL ACCIDENTE

Estación barcelonesa

A pesar de que ya habían dado las once, el ambiente en aquellos primeros días de enero estaba demasiado frío y húmedo como para mantenerse erguido al pie de la escalinata del Boeing 747 de Iberia en el que había viajado el ataúd que ahora descansaba en la pista, sin dejar de temblar y según la información metereológica, la niebla aún tardaría en permitir que el sol templara la atmósfera.

Su madre y hermanos lo miraban desde el otro lado del féretro que descansaba en una especie de camilla, parecían encontrarse a la espera de escuchar algo nuevo que pudiera justificar aquella espera incómoda. Aquel ataúd de madera de nogal contenía en su interior otro sellado de zinc que a su vez encerraba los restos prácticamente destrozados de su hermano mayor que había sido víctima de un accidente según le informaron y aseveraba el papel oficial que le entregaron los forenses, firmado por el juez que ordenó la autopsia.

A pesar del destrozo de los restos, no había sido difícil la identificación porque la cabeza, decapitada y separada del cuerpo, había rodado por el andén hasta los pies de un viajero al que los sanitarios tuvieron que atender de emergencia por un ataque de ansiedad o de pánico, acaso por eso estaba intacta, apenas un poco sucia de polvo y sangre. Según afirmaron los pocos testigos presenciales que se prestaron a declarar a pesar de que la estación estaba atestada de gente, su hermano intentó tomar el tren en marcha cuando las puertas ya se estaban cerrando, pero la prenda de abrigo que lo cubría se quedó pillada de alguna manera haciéndole perder el equilibrio y caer hacía las vías siendo arrastrado sin que el maquinista se percatara de ello a pesar de los gritos de algunas mujeres que lo estaban presenciando. Su cuerpo se fue destrozando y desmembrando como consecuencia de la fricción del tren con el andén sin que nadie se pudiera aproximar en su ayuda hasta que este salió de la estación dejando el amasijo de ropa y miembros ensangrentados desparramado por las vías, excepto la cabeza que en el breve trayecto, debió tropezar con algo cortante que la decapitó e hizo la inercia que rodara por el andén hasta que el pobre desgraciado interrumpió su marcha con los pies.

Nadie decía nada, todos parecían sometidos al trámite necesario. La logística y la coreografía fueron diseñadas y dirigidas por la empresa de sepelios que el fallecido tenía contratada y el siguiente paso después de aquel fin de traslado, era el tanatorio y la incineración, pero lo realmente desagradable eran las rupturas de los silencios. Él, que había recibido el encargo de viajar para reconocer el cadáver y traerlo a casa, más el resto de la familia que parecía permanecer en un bloque entre susurros y lamentaciones sobre lo trágico de los accidentes. Nadie está preparado para esto decía la madre y menos una madre, mientras el resto asentía y la abrazaba. Estaba claro que sin haber leído siquiera el informe del juez, todos asumían la tesis del accidente, qué otra cosa podría ser, decía uno de los hermanos, él jamás se suicidaría y menos de esa manera y, el resto asentía de nuevo, quizá porque todos necesitamos tranquilizar nuestra alma en esos momentos. Todos menos él que se creía poseedor de la única verdad, estaba convencido de que había sido un asesinato y el asesino era él.

Treinta años atrás un niño enclenque, como correspondía al miembro más pequeño de una familia numerosa en la época del racionamiento en España, procedía a la liturgia de la cena en torno a una mesa de dos metros cuadrados junto a su madre y hermanos, nueve comensales en total y lo hacía ante un plato de lentejas espesas y secas que le provocaron arcadas solo al mirarlas.

Siempre fue delicado de estómago y triste, asumiendo todo lo que le acontecía con humildad y sin rechistar, consciente a sus seis años de que nada de lo que pudiera hacer cambiaría para nada su destino, pero aquella noche se negó a comer su ración de lentejas. No expuso ni esgrimió razón alguna porque nunca nadie escuchó sus razonamientos y entendía que esa noche tampoco lo harían. Primero fueron ruegos de su madre, luego gritos, le taparon la nariz para obligarlo a que abriera la boca e introducirle a traición la cuchara, pero él escupía poniendo a todos perdidos.

En un momento dado, su hermano mayor, un gigante a los ojos de aquel ser lábil se levantó amenazante y resuelto a conseguir en un pis-pas lo que para el resto no había sido posible. Acaso solo fue él quien escuchó el silbido que producía la mano del gigante cortando el aire antes de impactar en su frágil cabecita. Luego del silbido sintió un temblor, como si la cabeza se hubiera desprendido del tronco manteniéndose durante algunos momentos separados. Algo se había roto en su cerebro y su corazón moría al contemplar como nadie salía en su defensa, ni madre, ni ninguno de sus hermanos recriminó la actitud dictatorial de aquel hermano que ante la ausencia de padre encontraba un resquicio para ejercer una soberbia que se prolongó en el tiempo con otros episodios similares.

Aquella noche juró matarlo algún día y durante bastante tiempo, rezó para que algún dios hiciera justicia. Cada noche, antes de acostarse pedía en plegarias su muerte como venganza por el irreparable daño infligido y no solo eso, quería una muerte sucia y la que se había producido en aquel aparatoso accidente era bastante sucia. Por eso sentía que se había hecho justicia y que él era el responsable, ya que algún dios había atendido por fin sus plegarias, tarde, pero lo había hecho. Ahora la preocupación era otra. En sus rezos incluía al resto de la familia como cómplices necesarios del acoso y abuso del hermano si bien para estos no había pedido muerte sino algún tipo de castigo que dejaba a criterio de los dioses y estaba convencido de que solo cabía esperar qué otras desgracias fueran a producirse en el futuro.

Estaba claro que aquel acontecimiento condicionaría el resto de su vida, por eso aunque de familia republicana poco dada a asuntos religiosos, a partir de entonces lo tuvo muy claro, profesaría algún tipo de militancia religiosa. Hoy, muchos años más tarde, ejerce el sacerdocio en una misión sudamericana, expiando sus pecados y rezando para que no se cumplan sus antiguas plegarias.

Agosto 2021