Más de 800 páginas que encierran 31 relatos y un cuidado prólogo firmado por Gustavo Martín Ganzo. El libro nos llega a través de Editorial «DEBOLSILLO» con traducciones de Marcelo Covian, Celia Filipetto y Vida Ozores.
Flannery O’Connor nació en Georgia, EEUU, en 1925 y falleció cuando solo contaba con 39, por lo que me pregunto qué dimensión hubiera llegado a alcanzar como escritora en caso de no habernos dejado tan pronto.
El prologuista nos dice que sus personajes cambian, que al principio del cuento son de un modo y que terminan siendo de otro pero personalmente no estoy de acuerdo con esto, más bien pienso que la escritora viene a decirnos lo contrario, que nadie cambia sino que nada es lo que parece porque el juicio que hacemos sobre alguien por su aspecto o basado en nuestra previsión es con frecuencia equivocado.
Solo por los relatos “La persona desplazada” de 62 páginas o “Los lisiados serán los primeros” de 57 páginas, ya merece la pena comprar y dar cuenta de este volumen de más de 800 páginas. Por el hecho de tratarse de cuentos independientes, podemos aparcar el libro y retomarlo cuando nos apetezca, leerlo hacia adelante, hacia atrás, releer, etc…, aunque advierto que en mi caso en el momento de haber terminado de leer uno, ya estaba deseando comenzar el siguiente.
Con el relato “Revelación” os reiréis y mucho por la crítica social y sarcástica que encierra.
Como muestra de la maestría de esta escritora, reproduzco un pequeño párrafo del relato: “El escalofrío interminable”
La madre supo enseguida lo que quería decir: quería decir que iba a tener una crisis nerviosa. No dijo nada. No dijo que eso era precisamente lo que ella hubiera podido advertirle que ocurriría. Cuando la gente se cree inteligente —incluso cuando es inteligente—, nada de lo que otro diga puede hacer que vean las cosas como son, y en el caso de Asbury el problema era que, además de ser inteligente, tenía un temperamento artístico. Ignoraba de dónde lo había sacado, porque el padre del chico, que fue abogado, empresario, granjero y político a la vez, siempre había sido un hombre con los pies en la tierra. Y no hacía falta decir que ella también. Se las había arreglado, después de la muerte de su marido, para pagarles la universidad a los dos hijos y mucho más, pero había observado que cuanta más educación recibían menos cosas sabían hacer. Su padre había asistido a una escuela de pueblo hasta el grado octavo y sabía hacer de todo.
Ella podía haberle aconsejado a Asbury lo mejor para él. Podía haberle dicho: «Si salieras al sol o trabajaras durante un mes en la lechería, ¡serías otro hombre!», pero sabía muy bien cómo serían recibidas sus palabras. Iba a ser un estorbo en la lechería, pero le dejaría trabajar allí si él quería. Le había dejado trabajar el año anterior, cuando volvió a casa y estuvo escribiendo la obra de teatro. Había estado escribiendo una obra de teatro sobre los negros (por qué alguien quería escribir una obra de teatro sobre los negros era algo que a ella no le cabía en la cabeza) y había dicho que quería trabajar en la lechería con ellos y enterarse de qué cosas les interesaban. Lo que les interesaba era hacer lo menos posible, como ella o cualquiera le hubiera podido decir. Los negros lo habían soportado, y él había aprendido a poner las máquinas ordeñadoras y, en cierta ocasión, había lavado todas las latas de la leche, y hasta creía que una vez había mezclado el pienso. Luego una vaca le dio una patada y ya no volvió al establo. Ella sabía que, si ahora se metía en él, salía a arreglar la cerca o hacía cualquier otro trabajo —trabajo de verdad, no escribir—, quizá pudiera evitarse la crisis nerviosa.
EDITORIAL: DEBOLSILLO
COLECCIÓN: DE BOLSILLO
ISBN: 978-987-566-338-1
PÁGINAS: 835
FECHA PUBLICACION: 01-01-2014