Ana y Olivia

Un suceso que jamás debió ocurrir.

Manifestación contra el machismo

Del crimen de estas niñas todos somos responsables por dejación, por no haber hecho lo suficiente y por permitir aún discursos machistas o votar en las urnas a quienes los pronuncian. «La violencia machista ha vuelto a matar» dicta la rudimentaria pancarta que una mano temerosa enarbola durante la manifestación de repulsa contra el cruel y aciago asesinato de dos indefensas niñas a manos del canalla de su padre, un ser infame que debió ser abortado antes de nacer.

Pero no es así, el machismo y la cultura del patriarcado ha matado siempre y lo seguirá haciendo mientras en los barrios de nuestras ciudades se siga escuchando “o eres mía o de nadie” en boca de adolescentes descerebrados y haya chicas que no entiendan el alcance de esa frase tomándola como halago. Corrían los años cincuenta del pasado siglo. Yo no había cumplido los 7 años cuando cuatro parejas del cuerpo de la Guardia Civil precedían un cortejo de señores con traje oscuro, entrando en la que a partir de entonces y durante muchos años, fue conocida como “la casa del crimen”. Amparo se llamaba aquella hermosa mujer de protuberantes senos, ojos azules y sonrisa abierta que probablemente no habría cumplido los cuarenta y que cada mañana se acercaba para obsequiarme con alguna fruta o dulce. Para mí solo era la madre de mi compañera de juegos Saritín.

La tuvieron que descolgar del gancho donde se colgaban los cerdos mientras se desangraban durante la matanza. Su compañero, aquel infame vallisoletano osco y de tez oscura que la había fecundado en cinco ocasiones, dijo que se habría suicidado porque él la encontró así, pero los agentes lo hicieron confesar. Dijo que durante una discusión se cayó hacia atrás y se desnucó y la colgó del gancho por miedo de que no le creyeran y algunos lo creyeron aunque afortunadamente fueron los menos y se pasó 23 años a la sombra en el Penal del Dueso, demasiado poco a mi juicio por haber dejado huérfanos de madre a Saritín y sus cuatro hermanos.

Cuando escucho a la gente de ultraderecha quitar hierro al machismo desligándolo de la violencia solo me dan ganas de matar en nombre mi amiga de la infancia. Volví a encontrarme con ella treinta años más tarde. No había podido normalizar su vida, seguía rota, desapareció del pueblo y de todos los pueblos porque seguía medio recluida y con miedo, por temer cómo reaccionaría si se volvía a encontrar por casualidad con su padre ya en libertad condicional. No se casó, seguía temiendo a todos los hombres porque todos le parecían lobos con piel de cordero como el suyo, tan cariñoso con ella antes de arrebatarle a su madre del alma, convirtiéndose a partir de entonces en el mayor monstruo de su imaginario.

Doblegar el machismo y la cultura del patriarcado debería formar parte de los principales objetivos políticos por ser una plaga muy superior a cualquiera otra. Y el feminismo no solo debe dar una vuelta de tuerca más, es que debe ampliar el foco y hacerse cargo de otro maltrato solapado muchas veces por la diversidad funcional (discapacidad). Como es el caso del asesinato de Cuqui, una mujer usuaria de silla de ruedas el pasado 27 de mayo en Sevilla que apenas ha transcendido.

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