OPTIMISMO

Después del medio centenar de días encerrado en casa, es lo que debería sentir una vez decretada la desescalada, pero lo que siento es miedo, miedo por todo lo que presiento, empezando por una pelea barriobajera entre los políticos lucha de zancadillas y patadas en los testículos más que de propuestas para buscar soluciones imaginarias y colaboración en pos de paliar una ruina económica sin precedentes que se nos viene encima.

Los nacionalistas que apoyaron a Sánchez en la investidura, se distancian ahora cuando más necesita el país su apoyo y el PP, principal partido en la oposición, tan ambicioso de poder como vacío de iniciativas y propuestas, amenaza con retirar su apoyo al mando único.

Ya se reconoce que alcanzaremos una caída del PIB del 9,2% y también que la deuda está alcanzando una cifra impagable en un estado precario de lanzamiento económico sometido a la nueva normalidad anunciada desde el ejecutivo y no olvidar que la prima de riesgo está sostenida únicamente por las pinzas del último y tambaleante acuerdo de la Comunidad Europea. Sin embargo, a pesar de lo dicho, un partido que aspira a gobernar algún día como es el Partido Popular, está más obsesionado por alcanzar ese poder que por adoptar medidas que nos saquen del desastre en el que nos estamos sumiendo. Espero que en las próximas elecciones los ciudadanos lo tengan en cuenta.

Pero ademas miedo físico pues durante todo el tiempo que me he mantenido encerrado carecía de temor a ser contagiado pero a partir de ahora la incertidumbre se ciñe sobre mí viendo las imprecisiones y ambigüedades en el desescalamiento programado que más parece obedecer a las presiones de los grupos mediáticos y sociales que dibujado para el bien de la ciudadanía y sobre todo por un futuro que desde la presidencia se ha dado en llamar la «NUEVA NORMALIDAD» lo que en sí mismo es ya una anormalidad, quizá se hubieran entendido mejor las palabras palabro «neo normalidad», pero nuestro presidente parece estar sometido a la lógica «grouchiana» de estas son mis propuestas para hoy pero si no les gusta, tengo otras.

Y también miedo ante la carencia de humanidad en el tratamiento de la información, por ejemplo «hoy fallecieron un porrillo de ellos pero estamos satisfechos porque fueron algunos menos que ayer» y los números, tanto da como se traten, de manera estadística, porcentual o absoluta, infieren un caracter deshumanizante, persiguiendo voluntariamente o no que olvidemos que cada uno de esos fallecidos era una madre, padre, hermano, abuela o hijo y vivía en un vecindario al que no volverá y no un elemento que forma parte de una cifra utilizada en la disputa política.

Según las directrices de ayer, los niños podrán salir a la calle pero no visitar a sus abuelos y acaso cuando lo puedan hacer estos ya formen parte de los números deshumanizados. Los hijos podrán visitarlos pero si lo hacen y los contagian se sentirán culpables, homicidas involuntarios de sus propios progenitores.

En esas estoy mientras escribo convencido de que mejor hubiera sido dejarnos confinados hasta que se hayan hecho pruebas masivas a la población.

Debo estar sufriendo el «Síndrome de la cabaña» lo que parece influir en mis periodos de sueño ya de por sí exiguos, aunque espero seguir resistiéndome a la medicación y continuar relatando mis estados de ánimo en tanto dure la pandemia.